En los distintos textos en que he expresado mis opiniones a la luz de muchos años de política, he sido majadero para reclamar sobre la forma de vivirla y practicarla. He sido también reiterativo en reclamar la verdad cuando se ataca a quienes representan al Ejecutivo, al Parlamento o los servidores públicos.
No se trata de ocultar los errores o malversaciones, sino revisar un lenguaje veraz, respetuoso en el trato y propio de un país republicano de larguísima Democracia, salvo los años de la Dictadura militar civil de derecha.
Mi mayor preocupación es que ese tipo de lenguaje oximónico de la insolencia o la verdad a medias o la auto suficiencia de sentirse dueño único de la verdad precedió claramente a la pérdida de la libertad y la Democracia y está dicho y redicho que cuando se olvida la historia, los países o las sociedades están condenados a repetirla.
Debo también señalar que cuando los conductores o líderes de un país autorizan, como reflejo, a pseudos periodistas a usar ese mismo lenguaje o dirigentes políticos que se creen autosuficientes en un vocabulario soez a un nivel que no se merecen los lectores o auditores. Peor aún, porque este vocabulario lo usan, a veces personas de dudoso pasado que les da autoridad para agredir a quienes se refieren.
Por último nuestro idioma es tan rico en acepciones que no se necesita generalizar las acusaciones cayendo así en agravios a los que se insulta sin razón.
Especialmente cuando se refiere a los políticos, “todos los parlamentarios son ladrones”; “todos los senadores son ignorantes”.
Viví en la Cámara de Diputados y en el Senado y también hay personeros que han cometido errores, pero no son la mayoría, y los defiendo sin temor a equivocarme. Me honro en haber estado allí y me honro en mostrar mi patrimonio después de 60 años de política.
Quo usque tandem, Catilina, abutere patientia nostra.
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