La (extrema) izquierda y la (extrema) derecha unidas…

Me siento orgulloso de haber votado Apruebo siendo dirigente de un partido de centroderecha con vocación social, como lo es Renovación Nacional.

En cada foro, debate y espacio que pude, defendí -como sigo haciéndolo hoy- el derecho de la sociedad chilena de debatir democráticamente su futuro constitucional. No como ocurrió con la Constitución de 1833, que se escribió con el humo de los cañones de la Batalla de Lircay de fondo; o con la interpretación constitucional de 1891, que derivó en el seudoparalentarismo, con la sangre de Balmaceda y 10 mil chilenos en el piso; o con la Constitución de 1925, que tenía de sonido de fondo los sables en el Congreso; o con la Constitución de 1980, con La Moneda destruida por los Hawker Hunter.

Sigo creyendo que es posible hacer una nueva Constitución desde el diálogo y la persuasión, y no sobre el predominio de unos sobre otros. Por lo mismo, como a muchos, me impresionan cosas ocurridas en la Convención Constituyente.

Me parece indispensable distinguir dos tipos de fenómenos que están ocurriendo en ella. En el primer tipo están aquellos que tienen que ver con una catarsis necesaria. Por años mantuvimos a sectores minoritarios escondidos debajo de la alfombra -todos conocemos historias de personas que cambiaron sus apellidos de origen mapuche por vergüenza o discriminación- o sectores que se sintieron subvalorados. Incluso el fariseísmo de quejarse por estar trabajando sin comer -cosa por cierto no muy distinta a lo que a muchos nos pasa- o pedir aumento de asignaciones, cuando antes era lo que más se criticó de la política.

Es cierto, una convención constitucional no es una fiesta de disfraces, pero sí es el lugar de confluencia de todos, y ello incluye a quienes por años de binominalismo y predominio de la influencia del dinero en política se vieron subrepresentados. Y es bueno escucharlos, estén en lo correcto o no. Incluso esa clase de acciones nos permiten darnos cuenta que nuestro Estado está compuesto de personas anónimas, como la secretaria del Tricel, los secretarios técnicos o el actual secretario de la Convención, que hacen su trabajo en forma silente, profesional y seria, sin estridencias y con enorme dignidad.

Pero hay un segundo fenómeno que sí es particularmente cuestionable, y que se da porque la centroderecha y el centro político parecen estar absolutamente subrepresentados hoy en ella: desde la extrema izquierda algunos parecieran querer tomarse la constituyente como si fuera un botín de guerra.

Lo mismo que le achacaban a la Constitución de Pinochet quisieran hacerlo ellos: excluir y aplastar a un sector, dejar de lado las opiniones distintas -el escándalo de la tergiversación del concepto de negacionismo que esconde el afán de dejar sin voz a quienes piensan distinto-, la eliminación del concepto de "república" del reglamento que a todas luces parece más un ajuste de cuentas de las minorías que un debate serio porque evidencia una ignorante mezcla de conceptos (la República no se contrapone a las naciones originarias, sino a la Monarquía y al Autoritarismo), y el antidemocrático intento de vetar la participación del convencional Arancibia en la comisión de DD.HH. por haber sido uniformado y edecán de Pinochet dan cuenta de aquello.

Me permito un paréntesis: la subrepresentación de la centroderecha es culpa de la propia centroderecha, a la que le fue mal en la elección de convencionales por múltiples factores y por ende no llegó al tercio necesario para poder impedir las acciones extremas de algunos. Aventuro que uno de ellos es haber pactado con el Partido Republicano, lo que alejó y ahuyentó a mucho votante moderado de centro que históricamente votó por la derecha. Y por cierto, la campaña del terror de una parte de los voceros de la campaña del rechazo, que consiguieron hacer creer a dichos moderados que votar en la convención era una pérdida de tiempo.

Los números al respecto son claros. Los votantes del apruebo de la derecha -un tercio de ellos, según Cadem- y los moderados del rechazo no votaron por candidatos de Vamos por Chile, pacto que incluía a ChileVamos y a Republicanos. Por ejemplo, en la Región de Arica la votación del rechazo fue de 23,58%, y la de convencionales de derecha fue 14,3%. En Iquique, 22,53% votó rechazo y 19,5% votó por convencionales de derecha. En Biobío 26,40% votó rechazo, y solo 19,9% lo hizo por convencionales de derecha. En Araucanía 33,13% votó por el rechazo, pero sólo 22,3% lo hizo por candidatos de derecha; según datos del Servel y Decidechile.cl.

La votación de los convencionales fue más baja que la del rechazo, y por cierto no motivó a, como señalan estudios, un tercio de los electores de derecha que votamos apruebo.

¿Malos candidatos? Tal vez. El casting pudo ser mejor y privilegiar a los candidatos que votaron apruebo, porque era inconsistente rechazar un proceso y pretender participar de él en unos pocos días. Puede que el tono altisonante de ciertos candidatos (especialmente ciertas candidatas) provenientes del mundo del rechazo propiciaran un repliegue que provocó esta merma.

Si la centroderecha quiere tener alguna opción en las elecciones parlamentarias su discurso debería volver al centro. No pactar con quienes polarizan y no suman nada. Sólo para recordar, el Partido Republicano presentó 486 candidatos a concejales y obtuvo 11; no eligió gobernadores; llevaron 12 candidatos a alcaldes, eligiendo cero y 8 candidatos a constituyentes, eligiendo sólo una.

Retomando, lo que tenemos hoy es a sectores de la Lista del Pueblo -un partido político más, aunque cínicamente pretenda no serlo- y el Partido Comunista que pretenden, desde dentro, destruir la convención, estirando la cuerda para lograr que el resultado no represente a todos. Y por su parte, algunos desde la derecha más extrema anhelan que todo fracase porque en lugar de apostar a que todo funcione quieren rechazar desde ya un proceso que ni siquiera parte. Como decía Nicanor Parra en su clásico antipoema, "la izquierda y la derecha unida jamás serán vencidas". En este caso, las extremas, que parecieran querer lo mismo.

A ellos es a quienes hay que empezar a aislar. Las renuncias a la Lista del Pueblo es un buen signo de esperanza para ello.

Las esperanzas de millones de chilenos están cifradas en la Convención. Hagamos lo posible para que ella funcione. El pueblo de Chile lo demandó en las urnas, legítimamente, y lo sigue haciendo. Todos debemos colaborar para que el proceso termine exitosamente, aunque los extremistas no quieran.

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