La casta versus la gente

Jorge Ramírez
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Es sabido que las posiciones de izquierda o derecha son metáforas que representan a los partidarios de tal o cual conjunto de ideas y horizontes comunes. Así, definirse como una persona de izquierdas no comprende un fin en si mismo, sino un vehículo de identificaciones que explican de cierta forma el lugar desde el cual se habla y piensa el mundo.

No es el objeto de esta columna entrar a debatir donde  empieza o termina la izquierda, sino de qué forma esa familia de ideas no están encadenadas a una esquina del tablero y que, más bien, requieren de distintos medios para desplazarse y moverse efectivamente.

A vuelo de pájaro podría decirse que bastaría con situarse a la izquierda del tablero o a la derecha del mismo para distinguir de manera instantánea a nuestros amigos de nuestros enemigos, o si se quiere, nuestros aliados de nuestros adversarios.

Esa ha sido la forma más cómoda y recurrente para distribuir las identidades ideológicas de la fauna chilena, disociadas de la práctica o devenir que de esas identidades-posiciones se desprenden.

Pero la realidad efectiva nos indica que hay una construcción fronteriza que atraviesa esa repartición clásica y que, desde el 18 de octubre, se hizo tan evidente como nítida. Nos referimos a la casta de un lado y la gente del otro.

Hablar de la gente versus la casta no es una ocurrencia nuestra, más bien es un aprendizaje del Estallido social, que no se produjo por una reivindicación de la izquierda contra la derecha, sino que fue un cúmulo de demandas insatisfechas durante décadas ante una casta que obtuvo y mantuvo sus privilegios a costa de las mayorías del país. 

Claramente señalar la existencia de una casta genera reacciones y sulfura a quienes ocupaban la identidad de lado y lado para escudar su verdadera afiliación en función del poder y su mantenimiento.

De allí que el establishment nos busque situar en un lugar intransigente, a la vez que atrincherado y estigmatizado. Un Edwards buscando arrinconarnos e infantilizarnos, un Joignant pretendiendo ligarnos a la nefasta tradición de la ultraderecha europea. Nada más lejos de la realidad, nada más esclarecedor de la posición de ambos frente a esta frontera nueva.

El debate de fondo es otro, pero nos querrán llevar al lugar que ellos reservaron para nosotros, aunque no lo digamos, aunque lo neguemos, pero ellos, la casta, los defensores del “consenso” de Lagos y Piñera han decidido cómo se reparte el tablero y buscarán que nosotros y nosotras acatemos o caigamos en su juego, como ha sido las últimas décadas.

La casta es un concepto adecuado para denominar a quienes se han agrupado en función del poder y han degradado la democracia.

Durante décadas los mismos que hoy nos acusan, fueron quienes secuestraron la soberanía popular y redujeron la democracia a una simple disputa de maquinaria electoral y una política de decisión que se sitúa en una esfera más allá del control ciudadano.

La élites de la transición a las que pertenecen Edwards o Joignant sintieron que el triunfo del consenso y por tanto de la democracia se manifestaba de manera muy clara en el languidecimiento de una ciudadanía que parecía tranquila y satisfecha. Se cumplía así “la fantasía liberal de una democracia sin pueblo”.

Sin embargo, desde octubre comienza a tomar forma una noción de pueblo que nos identifica a todos como parte de un nosotros frente a una casta que sigue afianzándose bajo el “pacto neoliberal de la transición”, útil para salir de la dictadura pero que hoy no da el ancho.

¿O alguien puede defender que un pacto social que genera indicadores de pobreza multidimensional que alcanzan el 20,7%, lo que significa que habrían 3.530.889 personas en Chile que se encuentran en la pobreza o que nos hemos transformado en el país con mayores indicadores de desigualdad de la OCDE (0,49) , por sobre Argentina, Perú y Bolivia es exitoso y no genera un malestar con quienes siguen sosteniendo que en chile las cosas anduvieron bien”?

El siglo pasado los bandos se enfrentaban a la decisión dictadura o democracia, dicha etapa fue superada y lo que hoy está en juego es si vamos a tener una democracia que responda a una minoría privilegiada o a las grandes mayorías que han sido excluidas de los beneficios del desarrollo del país.

Al acuerdo de la casta se opone la construcción del pueblo, que lejos de ser un sujeto esencialista o predeterminado, toma forma al calor de una diversidad de demandas insatisfechas y horizontes democráticos frustrados que se articulan en simpatías e identificaciones comunes.

Lo que para nosotros y nosotras es una buena noticia, para ellos es no. Para nosotros y nosotras “el retorno a lo político”, la confrontación de ideas, la apertura a que todo pueda ser discutible y sobre todo a que “los subalternos puedan ser mayoría política y al mismo tiempo tener poder” es lo mejor que le puede pasar a Chile, pero claramente eso significa un enfrentamiento “con la casta” y “una disputa con los defensores de los consensos de la política de Lagos y Piñera”.

Como siempre esto dependerá de cuánto resisten y se re articulan los de arriba y  de la capacidad de articular, actuar con inteligencia, audacia y no dejarnos atrincherar de los de abajo.

El primer paso se está dando, el adversario tiene nombre: Casta. También tiene apellidos: Lagos y Piñera. Y, desde el 18 de octubre, es la ciudadanía quien lo está enfrentando. Es la gente frente a los privilegiados.

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