El importante aumento de la participación electoral en la segunda vuelta presidencial, que movilizó a más de 8,3 millones de electores -cifra incluso más alta que en el plebiscito de 1988- y que implicó la incorporación de dos millones de votantes nuevos (probablemente jóvenes) fue un factor clave que le dio el triunfo a Gabriel Boric, el Presidente de la República más joven y el más votado en la historia de Chile.
Ni el voto voluntario y su sesgo de clase, que desincentiva la participación de los sectores populares; ni la campaña del terror, noticias falsas y propuestas programáticas de la extrema derecha que implicaban un retroceso civilizatorio; ni el boicot al transporte público de la jornada electoral que obstaculizó el traslado de los votantes de comunas más vulnerables que debieron enfrentar altas temperaturas, lograron contrarrestar la marea ciudadana que concurrió a las urnas.
La participación saltó del 44% en primera vuelta a 56% en la segunda, en una elección en que Gabriel Boric logró 55,87% de preferencias con cuatro millones 600 mil votos, sacándole una ventaja de 12 puntos al candidato ultraderechista con casi un millón de votos de diferencia. Muy lejos del supuesto resultado estrecho que algunos auguraban y por el que Kast había anunciado que acudiría a la justicia electoral si había una diferencia de 50 mil votos (en el mismo esquema de Trump).
En el siempre rápido, eficiente e impecable conteo de votos del Servel, en que a una hora y media del cierre de mesas ya había una tendencia clara, las primeras luces de que el candidato de Apruebo Dignidad se quedaría con la Presidencia de la República se dieron con el caso de la Región de Antofagasta. En la primera vuelta el candidato populista Franco Parisi había arrasado con el 33,93% de los votos, dejando en un segundo lugar a Kast y recién en tercero a Boric, quien en segunda vuelta alcanzó un sorprendente 59,76% de los sufragios regionales.
El salto cuantitativo en la región minera a favor del candidato de Apruebo Dignidad, sin que se explique por un importante aumento de participación regional (sólo se incrementó en 2,18%) o la irrupción de nuevos votantes, refuerza que los votos del candidato Parisi a Kast no fueron endosables. Pero más aún: demuestran que el electorado fue capaz de detectar la amenaza fascista y la falta de propuestas de base, aun cuando sufren las dificultades de la migración irregular que una zanja inhumana evidentemente no solucionará.
El discurso cercano, inclusivo y con alta talla de estadista de la jefa de campaña, Izkia Siches, que se trasladó y cubrió por tierra el norte y el resto del país -incluso con su pequeña hija amamantando- fue fundamental para que las y los ciudadanos nortinos sintieran una preocupación real por sus problemas del día a día. Ni la virtualidad de miles de bots, las pantallas de Zoom o programas de YouTube podrán reemplazar la humanidad del trabajo en terreno, las conversaciones y escucha a las personas locales o la cercanía de ir a explicar el programa a la radio local.
Si bien es cierto el próximo periodo presidencial enfrentará un Congreso dividido donde se deberá tender al diálogo con la derecha y con los nuevos parlamentarios del Partido Republicano y Partido de la Gente para avanzar en el programa de gobierno, la contundente victoria de Gabriel Boric en las urnas le da una gran legitimidad a la elección y el respaldo para hacer los cambios que la gente expresó ya en la revuelta popular: la necesidad de modificar un modelo económico que genera desigualdad y abusos.
La gradualidad y los acuerdos en la forma de impulsar los cambios no pueden cambiar el foco del fondo: las chilenas y chilenos se manifestaron por un nuevo acuerdo social que tienda a la profundización democrática, el avance en el enfoque de derechos y atender las grandes urgencias climáticas, proceso que deberá ser coronado por una nueva Constitución que consagre un Estado social de derecho que reemplace al subsidiario, reconozca los derechos sociales y la plurinacionalidad.
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