La DC licuada

¿Y si el país que algunos dirigentes de la DC quieren representar ya no existe? ¿Si el problema es que intentan subsistir políticamente en una sociedad que cambió, los adelantó y ya no pueden liderar? ¿Si se trata de una “pos verdad” que busca lanzar una OPA por el control partidario?

En la pos dictadura la Democracia Cristiana ha perdido un millón doscientos mil votos. Desde poco menos de un millón 900 mil a principios de los 90 a cerca de 600 mil en la última municipal.

Los príncipes DC intentan convencernos que ello ha ocurrido por compartir coalición con la izquierda, primero en la Concertación y luego la Nueva Mayoría. Nos dicen que se nos van los votos a la derecha y que ellos pueden contener esa fuga.

¿Y si no es más que una estrategia para quedarse con un partido más chico, que puedan controlar? Quieren ser mayoría en la DC y el único camino que encuentran es achicarla. Están cansados de ofrecerse como candidatos presidenciales y que la mayoría de la DC simplemente los ignore.

Esas “grandes mayorías” que dicen representar es lo que conocimos como la gran clase media chilena que era mayoritaria durante parte importante del siglo XX, de la mano del surgimiento de las universidades, un gran contingente de funcionarios públicos y trabajadores calificados en la naciente industria. Era un sector que estaba mejor calificado para enfrentar los desafíos de la modernidad, socialmente conservador y muy vinculado a la religión, especialmente el catolicismo.

Hay una realidad que adelantó a los príncipes sin que ellos se dieran cuenta. Primero que todo, la clase media ha cambiado. No sólo es minoría, sino que además lo que en los 60 y 70 era centrismo y gradualismo hoy es motejado de izquierdista y revolucionario. Una gran herencia de Pinochet es que nos corrió los límites de las discusiones, presentando cualquier razonable demanda social como la revolución.

La clase media chilena tiene un ingreso familiar alrededor de un millón de pesos (y hasta dos) al mes. Es decir, es un sector enormemente vulnerable ante las incertidumbres del mercado (trabajo, salud, educación), que cuenta con pocos subsidios y protección. Es menos de un tercio de la población, accede a empleo formal o emprende, pero se encuentra lejana de gozar en plenitud de los beneficios del mercado. Cuando se habla de educación gratuita para el 60 o 70% más pobre “y que el resto pague porque puede hacerlo”, los príncipes de la DC y la derecha están dejando fuera del beneficio precisamente a esa clase media que dicen representar.

Además de anotar que esta DC le habla tradicionalmente a un universo más pequeño, consignemos que dicho sector se ha movido poco ideológicamente. Mientras nuestros príncipes se han “modernizado” y convivido de buena gana con el orden pos dictadura, los DC mayoritariamente seguimos siendo más bien conservadores en lo social y apostamos a una primacía y a un rol protector del Estado en la provisión de bienes y servicios.

Quienes entraron a militar en la DC de Tomic, Leighton o Frei Montalva siguen creyendo en la educación pública. Probablemente, como mi padre, estudiaron en la universidad gratuita, siguen creyendo en la economía cooperativista y en las concepciones comunitarias del ordenamiento social.

Y quienes entramos a militar, como en mi caso a los 15 años, en las postrimerías de la dictadura, lo hicimos pensando en lo que sería el programa de Aylwin en 1990: desmunicipalización de la educación, restricción a las competencias de la justicia militar, reforma laboral profunda que por ahí proponía volver a la indemnización sin tope de años en caso de despido, el fin de la ley reservada del cobre, la televisión puramente universitaria, por ejemplo. Es decir, más protección del Estado a los ciudadanos.

No es casualidad. El origen de la DC está en una inclinación hacia lo estatal más que hacia el liberalismo. La DC de verdad, la DC doctrinaria, cree que uno de los principales deberes del Estado es cuidar de sus ciudadanos.

Ello viene de la concepción sobre la centralidad de la persona humana, tanto en su dimensión espiritual como material. El humanismo cristiano favorece el desarrollo social a través de la formación y desarrollo de comunidades, en la escuela, el sindicato, la iglesia y todo espacio de asociación posible. En la unidad social, en la interacción permanente y solidaria de las personas. Por eso para la tradición partidaria es tan relevante la justicia social, la solidaridad, la generación de sociedad civil, el combate a la pobreza.

Dicho en fácil, los valores y principios DC rechazan la cultura del individualismo en la cual se fundamentan las AFP y su promesa incumplida de la capitalización individual. Rechazan las Isapres y su sálvese quien pueda en salud. Rechazan la educación del copago creada por la dictadura, segregadora y clasista. En eso y mucho más seguimos siendo más parecidos al social cristianismo y tenemos vasos comunicantes importantes con la social democracia. Por eso fue posible la Concertación y ha sido posible la Nueva Mayoría.

En Chile se produce un espejismo que los príncipes quieren hacer creer como real. Vivimos en un país en que la extrema derecha que nos dejó Pinochet, liberal al extremo, empresarial y xenófoba, se hace llamar “centro derecha”. Entonces, cualquier idea de progreso y justicia social, adquiere apariencia de “izquierdismo”.

Dudo que algún voto DC se pase a la derecha. Al menos dudo eso pase con alguno de los 600 mil votos que quedan. La pérdida DC no la capitaliza Piñera.

Lo que es cierto es que muchos de nuestros electores fallecieron y no fuimos capaces de tener oferta para nuevos votantes. Pero más importante que ello, lo que ocurre es que muchos de nuestros votantes no quisieron seguir esperando a la DC de verdad y no esta DC diluida y principesca. Y pueden ver en alternativas de izquierda lo que nosotros como centro dejamos de ofrecer: progreso y justicia, comunidad, sociedad civil, solidaridad. O pueden creer que su alternativa es quedarse en la casa, sin partido que los represente.

Los DC podíamos sentir en los 90 y entrado el 2000 que a las legítimas demandas inspiradas en los principios del Partido debíamos anteponer la “medida de lo posible” o la consolidación de la democracia. Pero entrado el 2017 nuestros votantes ya no tienen motivo para seguir esperando que el Partido sea fiel a sus principios.

Lejos de peligrar la existencia del Partido por una supuesta tentación derechista, nuestro peligro es la dilución. Que nuestro votante simplemente se esfume o nos castigue responsabilizándonos de entregar el gobierno a la derecha por ser incapaces de resguardar la unidad de la centro izquierda.

En ese caso sí se cumplirá el sueño de los príncipes, el partido quedará reducido a su mínima expresión y ellos quedarán como socios controladores, con unos cinco a diez diputados que les permitan negociar con cualquier sector cada voto en cada proyecto de ley, y así sacar pequeñas ventajas para un sector también pequeñito de dirigentes.

Con partido o sin el, con acuerdos parlamentarios o no, con primarias o no, la gran mayoría de los humanistas cristianos seguiremos votando por quien represente mejor nuestros principios: justicia social, protección a los que más necesitan, construcción social en comunidad.

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