La gobernabilidad está primero

Hace poco, en un mediático titular digitalizado, se anunciaba "Socialismo Democrático exige paso al frente de Vallejo...", atrayendo lectores con el objetivo de provocar un conflicto en el Gobierno, entre los partidos del bloque "Apruebo Dignidad" con los caracterizados como "Socialismo Democrático". Días después exigen la salida del ministro Montes. En la derecha esas peticiones de renuncias, directas o indirectas, son como la cura milagrosa que lo hace todo. La gobernabilidad del país no les importa.

No hay que caer en esa trampa de una confrontación sin fin, perpetua e ilimitada. Las fuerzas políticas que apoyan al Presidente Boric dan sustento a la estabilidad democrática y tienen una misión inequívoca, han bregado y seguirán haciéndolo, respaldando el ejercicio de sus atribuciones constitucionales para conducir la acción del Gobierno.

Entre 1989 y 2021 hubo 5 periodos presidenciales, con una alternancia entre mandatarios de las 2 coaliciones políticas que iniciaron la transición a la democracia en Chile. Luego de un largo proceso de asentamiento del régimen democrático, con avances importantes, pero también con errores significativos, se abrió una nueva etapa que la encabeza una figura de la nueva generación y un nuevo conglomerado, el Presidente Boric.

Ante ello, hay personeros que se sienten desplazados. Esperaban ocupar el sillón de O'Higgins y no ocurrió así. No tienen las mismas razones que la ultraderecha, pero se alinean en una oposición que justifica su actitud de confrontación encontrando todo malo. En esa actitud no hay coherencia democrática. Se advierte una ambición desmedida.

Desde el inicio de la transición democrática en 1990, el Partido Socialista ha mantenido la misma conducta de responsabilidad democrática: la conducción del Ejecutivo corresponde al Presidente de la República que, de acuerdo a las normas constitucionales del régimen presidencial de Chile, es jefe de Estado y Gobierno al mismo tiempo. Esa autoridad surge de la voluntad popular, ejercida en elecciones, libres periódicas y secretas.

Si se plantean diferencias no es la filtración o trascendido el medio adecuado para tratarlas. Asimismo, las declaraciones personales revisten ese carácter, son respetables, pero no representativas del conjunto del partido. El PS tiene sus criterios y opiniones sobre la marcha y el trabajo del Ejecutivo, pero no busca un conflicto dentro del gobierno en el que destacados socialistas tienen trascendentes responsabilidades.

Ahora bien, el objetivo de la oposición es evidente: inducir la desconfianza o la división, y si no lo logran crear la imagen que así sucede. Luego sacarán las "ganancias políticas", es decir, instalar mediáticamente la imagen de un conflicto mayor en los más altos niveles del gobierno afectando seriamente la legitimidad de su gestión.

Así la derecha pretende intensificar su ofensiva, desde grupos empresariales, bancadas parlamentarias y círculos fácticos, tras el propósito de controlar de hecho el poder y decidir lo que se haga o no, aun cuando no tenga a uno de los suyos en la Presidencia del país. Quieren mandar porque se consideran los dueños del país y, al que no le guste, que "se joda".

Así, insistiendo una y otra vez con la idea del desorden y la inseguridad, se proponen lograr convencer que por sus debilidades y diferencias internas la alianza gobiernista no está a la altura de sus tareas, es decir, inhabilitarla, desautorizarla, finalmente, instalar la idea que no tiene la capacidad de gobernar.

De ese modo, hace rato que la derecha viene arrastrando el poncho dejando su marca autoritaria, pretenden fortalecerse dañando la gobernabilidad democrática del país. El resultado que se produzca no les importa. Su excusa es que la administración de Sebastián Piñera habría recibido un trato "despiadado", confirmando que no hay más que un ánimo de confrontación.

Lo grave es que arrastran penosamente a un sector del centro a esa estrategia que daña la gobernabilidad democrática, creen que así crecen. Quienes asumen esa conducta olvidan las dolorosas y trágicas lecciones históricas con una irresponsabilidad política increíble.

Ante ello, la unidad más amplia del conjunto de la izquierda y la Democracia Cristiana es fundamental. Asimismo, el bloque democrático debe superar las dificultades, corregir hechos funestos como el caso de las "fundaciones" y hacer que el Estado mejore sustancialmente sus capacidades para enfrentar el crimen organizado y reponer la seguridad ciudadana, como corresponde en un Estado democrático.

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