Compartido, criticado, caricaturizado y hasta manoseado. El “camino propio” ha sido materia de análisis, reflexión y discusión, fundamentalmente por lo realizado por la Democracia Cristiana en las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales.
En lo personal creo en las alianzas, en el entendimiento y en las coaliciones, pero a la vez considero imposible el éxito de éstas sin un claro y contundente camino propio.
La Democracia Cristiana tiene este fin de semana una nueva Junta Nacional, en donde se espera que el análisis de fondo se superponga a la pequeñez política. Por lo cual surgirán preguntas legítimas, y una de ellas puede ser si ¿debe la Democracia Cristiana profundizar en el “camino propio”?
Bajo ninguna duda, por supuesto que sí y no sólo la DC, sino que todos los partidos tradicionales, en particular los de centro izquierda, que hasta el 11 de marzo somos oficialistas. Ha sido justamente la falta de camino propio la que nos tiene más bien con característica de montonera, y no de coalición.
¿Por qué el camino propio? La única forma de converger, de entenderse y de complementarse en una ancha alameda, es que cada comunidad política tenga su propio camino, sus propios sueños, banderas de lucha y épicas.
Hoy la centroizquierda tradicional y la DC en particular ven con nubosidad esa tarea, ya que más bien en lo público se ha traducido en un triste “debate” sobre con quienes hacer alianzas, pero no pensando en los sueños que queremos para Chile, sino que en tristes y ficticias mayorías parlamentarias que buscan asegurarse presidencias en la cámara, en comisiones, etc.
La tarea de definir sueños y épicas se ve difícil en la centroizquierda tradicional. El Frente Amplio tiene clara la suya, terminar con el duopolio que, según ellos, tanto daño le ha causado a Chile y avanzar hacia un modelo de modernización en que prácticamente la estatización sea motor fundamental.
Chile Vamos también la tiene y lo tradujo en un triunfo electoral rotundo. Poner en la prioridad de los gobiernos el crecimiento, el empleo y la seguridad, dando fin a administraciones que, según ellos, sólo hacen mal las cosas.
En buen chileno, venir a hablar de alianzas sin antes definir un ideario es poner la carreta delante de los bueyes, querer curar el cáncer con lepra y no haber aprendido mucho de la derrota del 2009 y la de hace un par de meses, es esconder la reflexión de fondo debajo de la alfombra, y seguir en la politiquería, haciéndole el quite a la verdadera política.
Generar una épica que nos defina en el siglo XXI, que abarque las respuestas a las disyuntivas del Chile de hoy, generar una acción movimental que supere incluso las barreras de la Democracia Cristiana y que nos re-conecte con la ciudadanía, son acciones básicas para darle forma y sentido al camino propio.
Habiendo definido nuestro ideario, nos será mucho más fácil encontrar socios para darles concreción e impactar la vida de los chilenos con acciones concretas y no con shows mediáticos sobre la interna del partido, que públicamente sólo son demostración de un partido que no sabe respetar ni sus propias decisiones.
Mal que mal, y como es sana costumbre hacer de la historia un ejemplo, Patricio Aylwin y la DC de los 80´ tenían algo muy claro: tenemos que recuperar la democracia y darle una sana transición a Chile.
Había un ideario claro, y el líder de aquel entonces no dudó en ir a buscar apoyos incluso del Partido Comunista para la primera tarea, y para la segunda no le titubeó la voz en hacer un llamado amplio en aquel memorable discurso en el Estadio Nacional en marzo de 1990.
Por lo tanto, si tenemos un ideario claro, los complejos y los fantasmas serán muchos menos respecto a nuestras alianzas; ahora bien, esa tarea no es simple, antes de avanzar en aquello cabe la necesidad de volver a ser comunidad y recuperar la calidad humana en una organización en donde parece haberse perdido, en donde se pretende uniformidad y no unidad, en donde la indisciplina está a la orden del día y en donde el valor de la diversidad es sólo bien mirado en los discursos elocuentes, pero que en la práctica se traduce en maltratos y arrinconamientos que sólo han decantado en renuncias de todos los sectores.
A lo anterior se suma un efecto de “estatización patológica” y la pérdida de la importancia de las ideas, que en lo doméstico se traduce en una institucionalización de las fracciones internas, poniendo el interés de éstas por sobre las del partido.
El cortoplacismo, la tensión entre los proyectos individuales y colectivos, y el centrar la vida del militante no en el servicio sino que en el carrerismo y el conflicto centrado en la repartija de cargos, hace de estas prácticas, el rostro de una crisis final.
Es de esperar que los paños fríos se tomen el análisis, que se comience a recuperar la calidad humana para poder volver a hablar en algún momento de fraternidad, ya que los cuestionamientos al instrumento y a su futuro no pasan sólo por la pérdida de la brújula política, sino que también por un ethos de convivencia mínimo que en la DC parece haberse perdido, y que para cualquier proyección futura, si se le quiere dar, es fundamental recuperar.
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