En Chile, luego de décadas en que ha imperado una lógica donde la individualidad ha sido el propósito político más enarbolado, las personas han comenzado a identificarse nuevamente con la idea de ser un pueblo volcándose a las calles, bajo la figura de la masa.
Pueblo, identificándose como parte de una historia, un afecto, una biografía y una territorialidad que le reúne. Y masa, en tanto ese pueblo despierta, comienza a reconocerse como tal y se manifiesta.
Un momento profundamente constituyente y, como tal, muy político, muy afectivo, en el sentido sublime de ambos términos, pero aún sin estructura ni conducción. Un fenómeno que nos recuerda, ciertamente, que lo individual y lo social siempre están profundamente anudados, donde uno y otro, son expresión de lo mismo y donde, tarde o temprano, uno y otro cobrarán protagonismo. A la vez.
La psicología de las masas es conocida y estudiada latamente. Estos estudios ya nos han mostrado que la masa prescinde de los códigos y de la moral individual. No es el individuo en su soledad neurótica y alienada quien participa de la masa, más bien es el individuo que ha dejado su individualidad para ser parte de algo mayor que lo contiene. Ser parte de la masa, es convivir con un nuevo arrebato por justicia.
Freud nos mostraba en Tótem y Tabú (1913) y en El malestar en la Cultura (1930), que cuando el sentimiento de justicia se quiebra en la sociedad, el malestar se acrecienta y la masa se rebela.
La masa, en ese sentido, es la horda que solicita una nueva legalidad, una forma que busca retornar a un orden justo. Por eso es que Freud dice que la masa no precisa de una verdad, sino que precisa de una ilusión.
El quiebre que inaugura este tipo de rebeldía, se sustenta en el agobio de la desigualdad que genera una justicia social que no opera de la misma manera para todos los miembros del grupo. Y es una lectura que surge inmediatamente cuando observamos y nos sentimos parte de lo que está ocurriendo en Chile.
Cuando ocurren fenómenos de masas como las manifestaciones a las que hemos asistido, la masa se constituye como un ente apasionado, donde cada uno de sus miembros se pierde en el otro.
Un sentimiento sublime y gozoso, que se sostiene en la reunión entre los miembros. Es el Eros que dice Freud, que se constituye como el lazo libidinal entre los miembros que se manifiestan. Es la ligazón del amor.
Esta es la razón por la que ocurren situaciones en que individuos pueden llegar a realizar actos que jamás en su individualidad realizarían, dejándose llevar por el todo, prescindiendo de su racionalidad individual.
Es el lugar del despliegue de un psiquismo social, de una nueva ética social, que le contiene. A su vez, convive con su Thánatos, indisoluble, donde todo aquello que se representa fuera de este sentimiento amoroso, se odia y se intenta destruir.
El sistema que se signa como el motor de la desigualdad, de la injusticia, del malestar, así como sus representaciones sin mayor sentido. El destrozo.
Para poder intentar comprender a lo que asistimos debemos considerar ambas vías. Eros y thánatos. Omitirlos, es intentar realizar una lectura higiénica que nada sirve para explicar, entender y estar a la altura del fenómeno. Menos, para conducirlo.
A la masa, le duele más la violencia que recibe que la que genera. Pues su violencia, es una reacción. Y dentro de la masa siempre habrá aquellos que ya no tienen nada que perder. Por ello, es importante que nuestros gobernantes y políticos comprendan que no es adecuado criminalizar un movimiento que emerge a causa de la violencia que ha recibido.
El efecto que tiene omitir la violencia que sustenta el malestar, es magnificar el malestar. No se debe omitir la injusticia, la desigualdad, la represión y la violación de derechos humanos.
No se debe poner lo material por sobre lo humano. Tampoco situarlo en el mismo nivel. No quiere decir que no tenga importancia o que no sea lamentable. No. Quiere decir, que no podemos darnos el lujo de confundirnos. Hemos visto en estos días que los intentos por pasarle por el lado, causó que la manifestación inicial, se haya transformado en la mayor crisis social de los últimos 30 años.
Si se quiere parar la violencia en las calles, si se quiere recobrar la paz, algo que todos queremos, algo que yo quiero, se debe asumir que la paz no es un retorno, sino, más bien, es una nueva construcción que pasa por abordar la violencia en toda su magnitud y gravedad, poniendo en el centro la noción de justicia.
Se critica y se apela a los individuos, como si fuesen ellos en su individualidad y racionalidad, responsables del comportamiento de la masa. No lo son.
Se les intenta dividir entre pacíficos y delincuentes, despertar en ellos el sentimiento de culpabilidad como artefacto de control, y provocar el enfrentamiento entre los miembros de la masa. Esto resulta efectivo. Quienes saben de manejo de masa, lo tienen claro.
Como también saben que esto desvía la lectura de la razón política que fundamenta el malestar, llevándolo hacia el desorden público que se sustenta en el miedo. Estamos en un momento político, psicológico y social crucial. Este momento implica responder cómo se conducirá este malestar.
Puede ser abordado con valentía o ser reprimido. Se puede abordar el problema político, psicológico y social, dirigiendo el orden público al lugar que le corresponde y asumiendo la conducción política hacia un destino que convoque y que entregue certezas, la ilusión. O reprimirlo, a como dé lugar.
Ambas posibilidades conviven y ambas son efectivas para acallar el movimiento y volver al estado de apaciguamiento. No obstante, ambos caminos, hablan de resultados completamente distintos en sus efectos. Espero, haciéndome cargo de la parte que me toca, que podamos optar por el primero.
Espero que nuestras autoridades tengan la lucidez para tomar las decisiones correctas, para hacerse cargo del desafío, poner la atención donde corresponde, y ofrezcan espacios de contención social cada vez más humanos, más sensibles y más oportunos. Pero, sobre todo, pudiendo prescindir incluso de todos los anteriores, más justos. Mucho más justos.
Porque del segundo, ya hemos tenido demasiado.
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