La última telenovela de la centroizquierda

La situación en la que quedó Unidad Constituyente después de las primarias presidenciales reúne todos los ingredientes de aquellos memorables culebrones televisivos. La trama protagonizada por la centroizquierda es una formidable pieza de melodrama, con intrigas, engaños y la turbiedad correspondiente, que prolonga el suspenso por un desenlace feliz para los protagonistas.

Por cierto, resulta extraño que partidos experimentados, que poseen a su haber una larga trayectoria como coalición, muestren semejante impericia para materializar "acuerdos mínimos" de sobrevivencia que les permita jugar un rol en el proceso que vive el país. La incapacidad actual de este bloque para detener la pérdida de votación de sus partidos durante las últimas elecciones es una muestra estrambótica de irracionalidad y del hábito de resolver asuntos de espalda a la ciudadanía.

Por supuesto, los fácticos de la DC y el PPD, que acompañan a Yasna Provoste, conocen bien este negocio y no se cuentan cuentos entre ellos. Cuesta creer que un partido como la DC -que ha perdido entre 1993 y 2017 dos tercios de su votación- pueda ser un soporte suficiente para la candidatura de Provoste. De hecho, lo más probable es que en el diseño de la campaña presidencial del sector sea pobre en símbolos partidarios y abundante en referencias idiosincráticas de la candidata en tanto protagonista de la teleserie. Ellos conocen la caída en la votación de sus partidos, pero entienden que la candidatura de la senadora DC, en el caso de no ganar la presidencial, al menos les daría una oportunidad para mantener su influencia y aproximarse a las ventanas de un futuro gobierno de izquierda. En este caso, los villanos de la historia podrían argumentar que el poder no se regala.

El tira y afloja entre Provoste y Narváez tiene mucho de culebrón por el suspenso generado por las protagonistas. Los apoyos de la senadora DC pidiendo que la candidata del PS decline por la fuerza de los hechos y Narváez por su parte, exigiendo un procedimiento legítimo, aunque ella misma posee una precaria legitimidad de origen por el "dedazo" de Bachelet.

La cuestión para Paula Narváez es conseguir un mecanismo que saque la decisión de los poderes fácticos de la DC y el PPD y permita resolver mediante un mecanismo de consulta a sabiendas de la caída del sex appeal de los partidos del ala derecha de Unidad Constituyente. Es cierto, también existe un tercer protagonista, Carlos Maldonado, hombre de paciencia infinita y buen sentido del humor (al menos su community manager sí tiene buen humor), que ha sido relegado a la condición de actor secundario por una mezcla de delirios de grandeza y racionalidad de corto plazo de sus socios.

La historia se encuentra llena de intrigas y engaños, como aquella fría noche del 19 de mayo donde se produciría la inscripción de candidaturas de Unidad Constituyente para primarias legales. Aquel día, en el que esta telenovela alcanzó alta sintonía, se sucedieron puestas en escena donde los actores de Unidad Constituyente hicieron lo necesario para quebrar las confianzas de sus socios, multiplicando las acusaciones por vetos recíprocos, por la caída de Ximena Rincón, el rechazo del PC a incluir a la DC y el PPD, y la larga capa de Álvaro Elizalde, donde escondía condiciones para reventar la negociación con el bloque FA-PC.

La operación de los poderes fácticos de la centroizquierda fue francamente lamentable, considerando su larga experiencia en negociaciones a puertas cerradas. Todo ello, mientras el candidato del Partido Radical esperaba algo entumecido, pero con el humor que le caracteriza, la llegada de sus compañeros de bloque político al Servicio Electoral.

A diferencia de la mayor parte de los culebrones latinoamericanos, esta historia podría no tener un final feliz. La sobreestimación del poder electoral de Unidad Constituyente por parte del hiperbólico Francisco Vidal no encuentra fundamento en la realidad. Es cierto que el bloque tiene presencia en los territorios, pero es dudoso que esta votación esencialmente local y clientelar pueda resistir la movilización de las audiencias de los medios y las redes sociales, demasiado convencidas a estas alturas que las oligarquías de los partidos tradicionales son responsables del estallido del 18-O.

Si el mejor escenario para este bloque era una presidencial Lavín vs. Jadue, con un ancho camino en el medio para Provoste; el escenario Sichel vs. Boric es el peor. No sólo reduce la competitividad de Provoste al instalarse dos candidatos que "muerden el centro" y establecen diques para el crecimiento de la oferta de Unidad Constituyente, sino que podría abrir las puertas a una fuga de votos hacia Sichel o Boric si la opinión pública internaliza el "dime con quién andas" como hecho determinante del liderazgo de la senadora DC. Quizás parte de la diáspora DC ya se produjo el domingo 18 de julio, antes que Provoste anunciara su candidatura, ya sea por las heridas que dejó la caída de Ximena Rincón o porque una parte relevante de la militancia DC percibe la izquierdizarían de la senadora como una tendencia alienante.

Pero ¿cómo es posible que los mismos poderes fácticos de la centroizquierda que impulsaron una convergencia histórica entre la DC y el PS para superar la dictadura y dar estabilidad a los gobiernos de la Concertación, hoy sean un obstáculo para la unidad de la centroizquierda? Quizás una razón poderosa es que la coordinación actual entre partidos del sector no está pensada para impulsar cambios democratizadores, sino para proteger intereses y cuotas de poder de poderes fácticos que se han transformado en las últimas tres décadas en agentes adictos al orden y aversos al riesgo por razones estrictamente privadas.

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