La elección del domingo pasado ha dejado meridianamente claras cuáles son las principales tareas pendientes de quienes creemos en la democracia como forma de organización política.
Una primera mirada a los resultados daba pavor. Pensar que una anti-candidata como Oliva logró sacar casi un 50% de las preferencias era anonadante y aterrorizante. Que el 50% de los santiaguinos haya estado dispuesto a votar por una candidata que reunía casi todos los principales antivalores de la política chilena parecía inverosímil, faltas a la verdad, doble discurso, corrupción, nepotismo, cambio permanente de domicilio ideológico y geográfico- eligiendo el que más le convenía para conseguir un cargo-, una agenda valórica trasnochada, etc.
En muchas de las conversaciones que participé al respecto, en Facebook, Instagram o Twitter, sus partidarios reconocían que Oliva era "chanta" y/o reconocían que no tenía ni las competencias ni la experiencia necesaria para ese cargo, pero que igual votaban por ella como castigo a los políticos de los últimos 30 años y al modelo neoliberal. Para ellos era irrelevante que en este periodo la pobreza extrema hubiese bajado de 13% a 1,8% y que la pobreza hubiese bajado de 38,6% a 7,8%; o que la cobertura de la educación superior haya aumentado más de 4 veces, lo mismo que la cobertura de salud. Producto de su obnubilante fanatismo no eran capaces de abogar por acelerar un proceso en varias materias exitoso, sino por desmantelarlo todo.
La candidata perdedora reconoció el triunfó de Orrego con dos frases dignas de análisis. "Orrego ganó gracias a las comunas del rechazo" y "el miedo ha cambiado de bando". Ambas frases hacen dudar de la malla curricular y de los controles de calidad de la universidad que le dio el título de politóloga.
La primera frase ignora, premeditadamente, que a pesar de que la abstención entre primera y segunda vuelta subió de 45% a 75%, Orrego le ganó a Oliva en 20 comunas, no solo en las 3 comunas en que ganó el rechazo. La abstención siempre afecta más duramente a las posturas de centro, porque se sienten menos amenazadas que las posturas más extremas.
A pesar de que Maltés (Jiles) obtuvo 274.000 votos en la primera vuelta y que por los medios y RR.SS. apoyaron vigorosamente a Oliva en la segunda vuelta, esta aumentó en sólo 102.000 votos su caudal electoral, la mayoría de esos votos provienen de las mismas comunas donde Maltés había tenido sus mejores desempeños. Dejo fuera del análisis los 390.000 votos del PEV, porque anunció que no apoyaría a candidato alguno, lo que deja al PEV y a los ecologistas en muy buen pie para negociar, ya que no están dispuestos a apoyar a la extrema izquierda si esta no hace concesiones programáticas significativas.
Por su parte, Orrego sacó 127.000 votos más en la segunda vuelta. El apoyo de la derecha fue muy inferior a lo que la politóloga Oliva supone, ya que los dos candidatos de derecha sumaron en primera vuelta más de 550.000 votos. De esa cifra se puede colegir que Orrego recibió, proporcionalmente, mucho menos apoyo de la derecha que lo que recibió Oliva de la farandulezca dupla Maltés-Jiles.
Un análisis simplista podría concluir que Orrego tuvo un mucho mejor performance entre los ricos y Oliva entre los pobres; sin embargo, Oliva aumentó su caudal de votos en casi todas las comunas, salvo en aquellas donde habita la mayor proporción de profesionales y ejecutivos, comunas en las que perdió cerca de 3.500 votos. Esto parece mostrar que la segmentación no es entre ricos y pobres sino entre personas que cuentan con mayor acceso a la información y educación de aquellos que no la tienen. Esa lectura deja en claro que una estrategia prioritaria para proteger al país de la extrema izquierda es mejorar, aceleradamente, la calidad de la educación, y Chile puede y debe hacerlo.
La segunda frase del discurso de Oliva es aún más incomprensible para un demócrata y menos para una politóloga supuestamente demócrata. ¿Entiende Oliva que la democracia es el juego del miedo? ¿Qué para ganar hay que provocar miedo en el adversario? ¿Las propuestas programáticas no son relevantes? Oliva confunde, descuidadamente, democracia con terrorismo. Nuevamente hay espacio para dudar de sus acreditaciones académicas. Además, la binominalidad del miedo -o lo tienes tú o lo tengo yo-, regresa a Chile a una de las peores herencias de la dictadura, que ya creíamos superada, el sistema binominal.
Más allá de los incongruentes dichos de Oliva, la lectura más importante es que, a pesar de lo mucho que estaba en juego en la elección de gobernador de la Región Metropolitana, sólo 1 de cada 4 personas que tenía derecho voto concurrió a votar. A 3 de cada 4 personas les daba lo mismo, lo que es gravísimo, aún bajo el efecto pandemia.
Los partidos y la mayor parte de los dirigentes políticos han llevado a nuestra democracia a una anemia terminal, que aunque no deslegitima la autoridad de los elegidos, la debilita gravemente. ¿Cómo se explica que la cantidad de gente que salió a votar es inferior a la cantidad de gente que salió a protestar y marchar el 19 de octubre de 2019?
Por ello, además de mejorar en forma urgente la educación, una segunda tarea es aumentar la participación ciudadana en los procesos electorales, informando mejor a la ciudadanía de los riesgos de abstenerse y haciendo responsables a los ciudadanos vía el voto obligatorio. Es urgente que nos aboquemos como sociedad a esas dos grandes tareas pendientes.
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