El plebiscito en ciernes ha sido, nuevamente, motivo de comparación entre dos formas de entender el país y, de manera secundaria, entre dos visiones y estéticas contrapuestas. Aunque en el fondo hablamos de una estética enfrentando a un rival inexistente.
Las propagandas oficiales y algunas no oficiales han recurrido a parte de su iconografía histórica; el Apruebo y la izquierda a la gráfica de los '70, los rostros del pueblo de Chile, y en parte a los símbolos surgidos tras el estallido social de 2019. El Rechazo y la derecha... bueno, a falta de un imaginario han recurrido a la parodia e incluso la tergiversación de algunos símbolos visuales de las últimas décadas, con una dudosa copia de la escena de la discusión familiar de la serie "Los 80" y una apropiación aún más escandalosa -y retorcida- al citar el plano del puente Racamalac, usado en la propaganda que se oponía a la dictadura en 1988, ahora utilizada por quienes quieren mantener el modelo impuesto durante esos años.
En contraste tenemos una serie de cortos cómicos protagonizados por Catalina Saavedra, la familia de "Los Venegas" reunida, escenas en un almacén de barrio protagonizadas por Daniel Muñoz y una bella animación de los animales del escudo nacional, interesantes recreaciones históricas en las que un chileno del 2022 viaja al pasado, entre otros.
Desde el inicio de la campaña y antes, la oposición se ha esmerado en ensuciar el proceso arrojando bombas de humo y arena en los ojos, inventando interpretaciones, citando artículos inexistentes y amenazando con catástrofes que es imposible que ocurran. En una palabra: mintiendo. Todo esto con una generosa cobertura mediática, incluso para aquellas figuras históricamente alejadas de la política que ahora tienen una ancha y amplia tribuna en prensa de circulación nacional, radio y televisión, con una complacencia bastante frecuente en quienes se supone debieran interpelarlos. Esto ha sido posible gracias a la grosera concentración de medios que, si bien da cabida a todas las voces, hay unas que tienen amplificadores de bastante mejor calidad.
Esta generosa vitrina, sin embargo, ha permitido que veamos que la oferta de la opción opositora es inexistente en términos estéticos, lo que refleja su debilidad en términos éticos. La escabrosa historia, mitad ficción, mitad realidad, del travesti que perdona a su agresor como símbolo de estar contra la propuesta constitucional (¿historia ejemplar? ¿Parábola? ¿Olvidemos -una vez más- los crímenes del pasado?), que ante las críticas se anunció su retiro pero se volvió a emitir (una mentira más) es otro símbolo de el páramo que es la iconografía e imaginario de ese sector, aún teniendo todas las ventanas de exhibición y un financiamiento abundante para realizar producciones de calidad con un discurso coherente.
¿Por qué la izquierda y centroizquierda, teniendo históricamente alrededor del 50% de los votos, no tiene prensa ni TV? Es algo que no termino de explicarme. ¿Por qué este desbalanceo desaparece en otros medios como, por ejemplo, el cine? Quizá por su menor masividad, o porque, debido a su naturaleza, el cine siempre llega tarde (hacer una película rara vez toma menos de un año).
Como sea, seguiremos siendo bombardeados con mensajes de dudosa veracidad por parte de un sector que históricamente ha frenado todos los cambios y todos los derechos ganados, incluyendo la democracia, no han sido gracias a él sino a pesar de él. Esperamos lograr ver tras la niebla y dejar atrás los legados de tiempos oscuros.
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