Las naranjas de Piñera

Es usual que cuando tenemos invitados a cenar a la casa, nos preocupemos de “enchularla” un poquito, para que no se vean “los detallitos”, de los que no nos hemos preocupado durante mucho tiempo. 

Así, los invitados salen diciendo “que bonita estaba la casa de fulanito”. El problema es que, al otro día, fulanito tiene que volver a la realidad, la que no se puede esconder eternamente. 

Se rumora que, en un palacio, al fin del mundo, tal vez como una forma de hacer frente al creciente desempleo, se ha creado el oficio de “colgador de naranjas”, el cual, con particular habilidad, cuelga y descuelga naranjas de utilería, de árboles que han dejado de producir el delicioso fruto, tal vez por la pena de no ver por los patios de palacio a la antigua moradora, que sonreía al caminar entre los árboles, otrora generosos. 

Hoy solo ven transitar a un señor huraño, al que no le creen mucho, pese a que intenta una sonrisa, tan falsa como sus naranjas. 

Lo que no sabe el nuevo inquilino, algo que bien sabemos los descendientes de cordobeses españoles, que hay naranjas dulces y naranjas amargas. 

Pero a él, eso no le importa, solo le interesa el decorado, convencido que puede engañar, con habilidad de tramoya, a quienes observan su decorado, mas con compasión que convencimiento. 

Pero él está acostumbrado, oscila fácilmente entre la realidad y la fantasía. Incluso está convencido que ese es el secreto de su popularidad…y puede que tenga razón. 

Así, les cambia el nombre a las personas; inventa personajes imaginarios; confunde otros, propios de la mitología, haciéndolos históricos; asegura haber estado en espectáculos a los que no asistió y, leer libros página por medio. 

El último gobernante invitado a palacio, fue el Presidente de España, país prolífico en la producción de naranjas, dulces y amargas. 

Se dice que el hispano observaba los árboles del “patio de los naranjos” y, conocedor de la materia, notaba muchas “naranjas” sin el brillo natural del cítrico verdadero, lo que comentó a su esposa.

Ésta, con la diplomacia de una señora culta, le dice al marido, “capaz que así sean las naranjas aquí”. Pero no, el gobernante español ya se había dado cuenta del engaño y, pese a eso, optó por el silencio.

Se cuenta que, en el reino del fin del mundo, los súbditos ya saben de estas cosas, pero algunos, a veces la mayoría, se olvidan y eligen al mismo gobernante, tal vez porque les divierte. Siempre ha sido un país raro. 

Entonces vino lo peor, el invitado peninsular no se aguantó y le pidió al anfitrión probar sus naranjas, las que colgaban de los árboles. Este, complicado, le dice, no amigo, hay una vieja tradición, que dice que quién corta esas naranjas, o miente respecto de ellas, sufre toda la vida, se le invierten los brazos, los que le quedan cortos y al revés, igual que un viejo puente de la zona austral. 

El invitado ve a su anfitrión, se excusa y no insiste en su petición. 

Y el gobernante del fin del mundo, quedó convencido que lo había intentado engañar. 

Muchos años después, se supo que el gobernante de brazos cortos murió, convencido que siempre había podido hacer lesos a todos, rodeado de los frutos que le traía el “colgador de naranjas”, que también había enloquecido, pasando años, intentando exprimir el zumo de pelotitas de papel mal pintadas, que nunca pudieron engañar a nadie.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado