Lo que se juega el Frente Amplio el 17 de diciembre

El lunes pasado, Beatriz Sánchez dio a conocer su decisión ante la segunda vuelta presidencial: votará por Alejandro Guillier. Su posición se enmarca y respeta lo definido por el Frente Amplio como colectividad, un llamado a la participación el domingo 17, y a votar en contra de Sebastián Piñera, el candidato de la derecha, por el retroceso que importaría su gestión en términos de las todavía muy débiles conquistas de los gobiernos democráticos en materia de derechos y justicia social.

Varios más hemos presentado la misma postura, no porque nos guste el candidato de la (ex) Nueva Mayoría, sino porque pensamos que es lo que corresponde cuando la encrucijada es votar por el Senador o por el ex presidente Piñera, que se muestra todavía más derechizado que en su versión del año 2009.

Esta postura no desplaza ni desconoce la crítica de fondo que desde el Frente Amplio hemos realizado al sector representado por Guillier. En efecto, la Nueva Mayoría (NM) mantiene dos grandes deudas pendientes con Chile.

Primero, su incapacidad de dar lugar a una nueva Constitución verdaderamente democrática, esto es, suscrita a través de un proceso constituyente. Ello permitiría por fin, tras 207 años de vida independiente, que seamos los chilenos y chilenas quienes definamos la carta maestra que rija el país en que queremos vivir.

Segundo, su falta de voluntad política para avanzar sustantivamente en un programa de derechos sociales, universales, públicos, gratuitos y de calidad, en materia de educación, salud y pensiones, que haga de Chile un país materialmente más justo e igualitario, condición indispensable para transitar al desarrollo.

Ambas son carencias fundamentales de la NM que justifican que el Frente Amplio se defina como oposición no solo a un eventual gobierno de Piñera, sino también a uno encabezado por Guiller. En eso no hay confusión.

Es así que, marcando nuestras diferencias, creemos que en la segunda vuelta hay que optar por el candidato oficialista, por el riesgo de una derechización del país y de pérdida de las mínimas conquistas sociales adquiridas.

Durante los meses anteriores a la elección, Piñera declaró en investigaciones penales en calidad de imputado. Inmediatamente después de la elección, abrazó el apoyo de José Antonio Kast, dando cabida a la más rancia y cavernaria derecha chilena, una que añora sin empacho a Pinochet.

A su vez, las promesas de campaña de Piñera son retardatarias con los derechos de las personas: echar atrás la ley de aborto en tres causales, retroceder en las medidas de justicia implementadas en educación, reponiendo la selección y el copago, estancando el avance de la gratuidad. Su postura de última hora sobre gratuidad parcial en la educación técnica superior es arbitrariamente discriminatoria, ¿por qué en la educación técnica y no en la Universitaria?, no modificar la estructura tributaria y permitir, por tanto, la agudización de la desigualdad social. En definitiva, sería para nuestro país un perjuicio tener que vivir cuatro años bajo ese sombrío panorama.

Ahora bien, para una coalición como el Frente Amplio, que es emergente pero recibe un contundente apoyo popular, el “voto por Guillier” no debería simplemente fundarse en un “voto contra Piñera”.

Digámoslo de otra manera, la llegada de Sebastián Piñera al poder sería perjudicial para el país pues traería consigo retrocesos en aspectos sensibles de la vida de los chilenos/as, que duda cabe.

Sin embargo, también lo sería para el Frente Amplio tomando en cuenta el rol que, tras obtener un histórico respaldo en votos en la elección general pasada, está llamado a ser  una opción real de gobierno en el futuro próximo.

Ello pues, de ganar Piñera, el Frente Amplio tendría ineludiblemente que asumir una posición de trinchera de resistencia, trinchera que tendría otra oposición vecina, la de la Nueva Mayoría.

Ocupados en frenar el despojo, costaría distinguirse, costaría demostrar que también hubo una responsabilidad gravitante de la NM en que hayamos llegado a este desenlace.

Si tocara, en cambio, que fuera Alejandro Guillier quien gobernara, el curso de reformas retomado por la presidenta Bachelet sería la tónica, abriéndole la oportunidad al Frente Amplio de hacer valer su peso específico, su 20%, sus escaños en el Congreso, su apoyo ciudadano, el liderazgo de Beatriz Sánchez, quien es hoy la figura mejor aspectada de la centroizquierda, para llevar adelante reformas claves en materias de pensiones, educación, vivienda, salud.

Ante ello, el Frente Amplio estaría en condiciones de disputar en el sentido común de las mayorías el “por qué hemos de ser nosotros” y no la derecha regresiva, ni tampoco la versión más deslavada que hemos conocido de la centroizquierda expresada en la NM, quienes deberíamos gobernar en el próximo período.

Jugaríamos así nuestra oportunidad de hacer que el pueblo de Chile imagine (y desee) un gobierno del Frente Amplio, incluso antes que ello ocurra.

No olvidemos que la batalla por los imaginarios es una cuestión fundamental de toda disputa política.

El liderazgo de Beatriz, que ha quedado reforzado en su ética y políticamente tras su decisión de votar por Guillier fundado en que “no todo vale en política”, permite confiar en que este capital político en marcha no será desperdiciado, y por el contrario, construirá el mejor camino para ganar el concurso democrático el 2021 y alcanzar así el gobierno.

En consonancia, el Frente Amplio debe entender que el país lo ha investido con ropa de adulto, y hay que estar a la altura de aquel mandato.

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