En estos días se discute entre el Ejecutivo y el Congreso lo que se ha llamado la agenda de los "mínimos comunes", que en su propuesta original contempla cuatro temas: Renta básica universal, ayuda a las pymes y sectores postergados, fortalecimiento de la estrategia sanitaria y término de beneficios a los más ricos vía exenciones tributarias.
Estos mínimos buscan resolver temas centrados en las personas y sus necesidades. Por ello, se ha insistido en lo referente a una renta básica universal, que permita a las familias más golpeadas por la crisis socio-sanitaria no tener que recurrir a sus ahorros para salir del mal momento.
Reconozco lo clave de esta agenda, sin embargo, me queda dando vueltas el concepto de "mínimos comunes".
No podemos negar que la pandemia del Covid-19 ha provocado una grieta importante en las economías nacionales, lo que se ha evidenciado con mucha fuerza en nuestro país. Las propuestas de tres retiros de 10% de los fondos acumulados por las personas en las AFP es una muestra clara de que no estamos hablando de un escenario inventado. Puede que haya variadas razones en las personas para efectuar el retiro de ese 10%, pero lo cierto es que un porcentaje grande lo hace para sostenerse mientras se reactivan sus trabajos, emprendimientos o actividades. Esa es la esperanza: La reactivación de aquello que les permitía sostener sus vidas y proyectos.
No sabemos cuánta de esa esperanza se verá realizada. Hay señales que indican que pudiera existir esa reactivación, pero también hay señales que indican que un número importante de personas quedarán rezagadas, en cuanto a que no podrán recuperar sus trabajos, sus emprendimientos o su actividad no será la misma. El futuro es incierto.
Cuando hablamos de un futuro incierto en el plano económico no sólo nos estamos refiriendo a índices de tal o cual índole. Nos estamos refiriendo a personas, a la vida de personas. Si pensamos en las causas del estallido social que nos remece desde octubre de 2019, al menos, una de ellas es esta: No comprender lo mucho que les cuesta afirmar la vida a tantas familias.
Por ello, tenemos que comenzar a mirar la reactivación como una tarea que nos tiene que involucrar a todos. La reactivación es una llamada a la creatividad colectiva. La reactivación es un grito dirigido a la humanidad que hay en nuestros corazones.
Mirando lo que fue la espontánea reacción en tantos lugares con la organización de ollas comunes y comedores solidarios, tal vez es el momento de comenzar a rescatar iniciativas de asociatividad, de cooperativismo, que muestren que hay un camino distinto y posible. Este rescate no sólo debe ser dejado a la ocurrencia de las personas, sino tiene que ser cultivado, enseñado, propiciado. Y esa es una labor que deben asumir no solos los colegios, institutos, universidades, sino también gremios, empresarios y Estado, de manera que se promuevan nuevas estrategias productivas. Por otro lado, como señala una oficial de la OIT, estas iniciativas de asociatividad y cooperativismo debiesen beneficiarse de condiciones conformes con la legislación y la práctica nacional que no sean menos favorables que las que se concedan a otras formas de empresa y de organización social.
Nos hemos acostumbrado a vivir y construir desde la individualidad, y la pandemia ha mostrado los frutos de ella. Es hora de darnos cuenta de que esa individualidad, el desarrollo del individuo, necesariamente pasa por la colectividad. Creo que más que hablar de "mínimos comunes", debiésemos dialogar y relevar la idea de comunidad. Lo mínimo debiese ser lo común. El verdadero mínimo común es darnos cuenta de que lo colectivo, lo comunitario, debiese ser lo primero.
En tiempos en que las urgencias son reales, la mayor solidaridad a la que debe apuntar el Estado es crear las bases para comenzar a dialogar en clave distinta, donde conceptos como asociatividad y cooperativismo nos lleven a un tejido social más sólido, reemplazando así los criterios de mercado que han precarizado el trabajo.
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