La dirigencia política chilena sigue buscando soluciones en la expansión burocrática que, por definición sociológica, es racional-legal, pero que curiosamente en el caso de nuestro país parece haber dejado de serlo y ha pasado a ser una especie de mero capricho ideológico.
Para los problemas de seguridad, que si bien pueden responder a más de una causa, es sabido que toda solución pasa por el apoyo político a las policías, especialmente, a Carabineros de Chile, pero en vez de eso se opta por crear el Ministerio de Seguridad Pública. Una opción totalmente inservible para el fin de la seguridad, pero si para las corporaciones clientelares.
El problema radica en la no creencia en el ejercicio del monopolio de la violencia legítima del Estado, particularmente para la izquierda y ya para otros sectores de la dirigencia política. Es decir, quienes nos dirigen no creen en el Estado como garante del bien común, por ejemplo, en temas de seguridad. Esto se explica porque para muchos el Estado es, esencialmente, violación de derechos humanos. Por lo tanto, no es posible confiar en la acción de éste para cumplir su fin, el ejercicio de la fuerza.
Lo anterior se manifiesta cada vez que se discuten las reglas del uso de la fuerza, limitando al máximo la acción policial, creando instituciones impotentes, no discutiendo protocolos de procedimientos antiterrorista, contra el crimen organizado y contra la violencia y la delincuencia. En desmedro, prefieren crear una ficción, el Ministerio de Seguridad.
Lo mismo pasó cuando se discutía profundizar la descentralización y, en vez de haber creado un proceso de promoción comunitaria, fortaleciendo las juntas de vecinos para que se relacionaran con el intendente, simplemente se burocratiza la representación regional creando la figura del gobernador y de consejeros regionales que no cumplen ninguna función relevante. Ahí también se optó por una ficción institucional.
Mientras exista la actual dirigencia política chilena no habrá ningún cambio real, unos subirán los impuestos y otros los bajarán, pero ninguno hará un cambio real. Simplemente, porque no hay políticos que hagan política sincera y de verdad por el bien común nacional.
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