Piñera y paz social

Nadie puede discutir los éxitos macroeconómicos  que muestra Chile desde el retorno a la democracia. De igual forma, difícilmente alguien podría discutir  que el sistema económico que vivimos nos ha permitido crear una sociedad en la que nos sintamos felices. El éxito en los indicadores macroeconómicos no ha sido capaz de considerar  a la persona humana como centro motor de la sociedad. Somos partícipes de una crisis profunda de los valores morales en donde la corrupción pública y privada, el afán desmedido por el lucro y el dinero fácil obtenido de cualquier forma, la desconfianza en las instituciones y la carencia de  sentido social, han marcado negativamente nuestro proceso de crecimiento. 

Tanto el Papa Francisco como el Cardenal Silva Henríquez han denunciado con vehemencia esta ausencia del hombre en los resultados del desarrollo económico global.

Don Raúl nos dijo: “El crecimiento económico, el aumento del Producto Interno, no debe ser la medida del bienestar, sino solo un instrumento para resolver los problemas de la desigualdad social. Así pues el crecimiento no es un mero problema económico, sino que se inscribe al interior de un problema ético, de justicia social redistributiva”. 

El Papa Francisco nos dice: “El crecimiento en equidad exige algo más que crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del Ingreso”. 

Por su parte el Papa san Juan Pablo II fue categórico al afirmar: “Esperar que la solución de los problemas del salario, de la previsión social y de las condiciones de trabajo brote de una especie de extensión automática del orden económico, no es realista y por lo tanto es inadmisible. La economía solo será viable si es humana, si es para el hombre”.    

No es posible entregar a las fuerzas del mercado el desarrollo humano. Es el hombre el  centro y la realidad básica de la sociedad. El bien común no se logra como consecuencia de los bienes materiales que la economía entrega al mercado, se logra mediante la participación efectiva de la comunidad en los bienes y servicio como resultado del esfuerzo colectivo. 

Es por ello que no nos puede bastar con la existencia de una economía de competencia, muchas veces violada por la ambición y la codicia desmesurada, para sentirnos medianamente satisfechos.

El gran desafío radica en que debemos ser capaces de formar una sociedad basada en el respeto a las personas y sus derechos mediante la participación activa de todos los componentes del conglomerado social. Si no somos capaces de construir un modelo participativo continuaremos en un desarrollo basado en el predominio de los más fuertes sobre los más débiles.

No tenemos alternativa: o intensificamos nuestros esfuerzos para generar una sociedad más justa o mantenemos las actuales bases de un modelo inhumano en la que un grupo de personas con poder, dinero y cultura efectúan diariamente una presión dominadora sobre otros hombres más débiles que no disponen de poder ni participación.

El programa de Sebastián Piñera no se sustenta en un  modelo de desarrollo solidario y participativo, destinado a crear una sociedad cuyo centro y eje motor sea el hombre y su destino, elementos indispensables para lograr una verdadera paz social. 

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