Réquiem a la vieja guardia

Si hay algo distintivo de esta elección es la derrota electoral de un modo de hacer política. Grandes próceres de la vieja guardia, de aquella que negoció o estuvo muy cerca del poder en los albores de la transición, resultaron severamente derrotados. 

Se trata de un grupo que alcanzó en cierto momento una fuerte complicidad. Que se formó en la vieja escuela de hacer política donde existían padrinos, mentores, y grandes personajes que iban pastoreando a estas jóvenes promesas que un día alcanzaron el pleno ejercicio del poder. ¡Y vaya que han perdurado!

Quien quizás representa de mejor modo a este grupo es Andrés Zaldívar. Se trata de un personaje que a sus 81 años ha acompañado el proceso político chileno desde la década de los 60s. Ha ocupado importantes cargos y consagró su participación en la última etapa con su afamada frase, “no todo el mundo puede estar en la cocina”, a propósito de la negociación tributaria en el año 2014.

Zaldívar era catalogado como un “campañero”, de esos políticos tradicionales que lograba dar vuelta elecciones. Pero en esta oportunidad fue desbancado por su compañera de lista al obtener un escaso 8% de los votos, el más bajo registro que jamás haya obtenido en sus numerosas incursiones como senador.

Otros partícipes de esta generación no tuvieron mejor resultado. Camilo Escalona logró un 6% en Aysén, Ignacio Walker un 4,6% en Valparaíso,  Jorge Tarud un 3,8% en el Maule, Osvaldo Andrade un 3,5% en el distrito 12. Aquellos actores parecían en su momento intocables y asegurados en sus asientos, pero todos obtuvieron un magro resultado.

Pese a que los “incumbentes” tenían fuertes ventajas; pese a las dificultades para hacer campaña; pese a la pre-existencia de las redes locales que estos actores tradicionales tenían en sus territorios, pese a todo ello los votantes se inclinaron por otras opciones.  

Así, veremos un Congreso Nacional más diverso, con muchas caras nuevas, y con una extraña sensación que una nueva generación política comienza a disputarse el poder, y esto pasa tanto en la izquierda como en la derecha. 

Es evidente a la luz de los datos que tendremos un Congreso más diverso, con un mayor número de jóvenes, mujeres, más legisladores que se auto-identifican como indígenas, con más partidos y movimientos.

Pero no seamos ilusos. El retiro de la vieja guardia no dará paso a un modo radicalmente diferente de hacer las cosas. Por una parte, se mantendrá en el Congreso un importante contingente de los herederos de la transición tanto en la derecha, el centro y la izquierda.

Al mismo tiempo y por tratarse de una democracia representativa, las negociaciones seguirán teniendo lugar, las mañas políticas trascenderán a partidos y movimientos y los cálculos estratégicos seguirán acompañando las decisiones. 

En un sistema político con fragmentación moderada como el chileno, la única opción de cumplir los compromisos programáticos es abriéndose al diálogo y el compromiso.

Seguramente serán negociaciones más arduas, más transparentes y probablemente más ideológicas, pero en algún rincón de los salones del Congreso se deberá negociar entre fuerzas que representan la mayoría de ellas menos del 20% de la composición parlamentaria.

La vieja guardia comienza a retirarse, nuevas generaciones comienzan a tomarse el poder, pero el arte del compromiso y la negociación seguirán formando parte del paisaje de la política chilena.  

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