Los lamentables hechos ocurridos el pasado domingo en el Tedeum Evangélico obligan a una reflexión.
En primer lugar, ellos plantean el tema de la relación entre la moral cívica y la religiosa. Como lo hace Adela Cortina, uno puede definir dos planos morales en nuestras sociedades contemporáneas.
El primero, de la moral cívica o “mínima”, apunta a donde se encuentra el bien común, o esos mínimos acordados por consenso. Se refieren a la protección del daño de las personas y la defensa del principio de justicia. Es acá donde impera el Derecho y, por tanto, se trata de un ámbito donde existen obligaciones.
En un nivel superior, se encuentra la moral de “máximos”, que responde a aquellos ideales de vida buena, que nos “invitan” pero no obligan. Acá reina el ejercicio de nuestra autonomía. Es en este plano donde encontramos las morales religiosas.
Es necesario, entonces, comprender que las religiones, que son muy importantes para nuestras sociedades, no pueden pretender invadir el espacio de la moral cívica, o compartida. Ellas invitan, interpretan a la luz de la fe, y por supuesto, predican para quienes, desde su libertad, las abrazan.
En una democracia, al discutir proyectos de ley, sin duda alguna se dan discusiones valóricas. En ellas, los diferentes miembros de la sociedad son invitados a dar sus opiniones al respecto. Así fue con el proyecto de Interrupción del embarazo en tres causales. Sin embargo, promulgada la ley, ella forma parte de los “mínimos compartidos”, y no tiene por qué someterse a las creencias religiosas de algún grupo o comunidad.
En otras palabras, las morales religiosas o personales, deben respetar las leyes, pero no pueden pretender dictarlas. Nuestras democracias, sin son maduras, deben velar por el bien común, permitiendo a cada uno perseguir sus propias metas e ideales. Si desde el púlpito, se pretende “gobernar a las personas”, se estará cayendo en el fundamentalismo.
Cuando la Presidenta de la República asiste a un Tedeum, lo hace desde su investidura de Jefa de un Estado Laico. Por lo tanto, no puede responder a emplazamientos de tipo religioso.
Sobretodo si el tiempo para esa discusión, ¡y qué tiempo nos tomó! fue para escuchar a todas las voces.
Aprobada la ley, lo que correspondía era ser coherentes con la ocasión, respetuosos de la investidura Presidencial, y responsables frente a los fieles y el país.
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