El proyecto de ley que busca rebajar la jornada de trabajo a 40 horas semanales tiene fecha de discusión en la Cámara de Diputados este 23 de octubre. Si bien cuenta con aprobación ciudadana, el amplio debate generado entre políticos y académicos se ha centrado en las desventajas de este proyecto, que implicará una pérdida de empleo por el encarecimiento del costo del trabajo; que habrá una baja en la productividad, que ya es la tercera más baja entre los países de la OCDE y que acarreará una reducción salarial que, a pesar del artículo transitorio que resguardaría a los trabajadores de una disminución unilateral, necesariamente acompañará una reducción de horas trabajadas.
Poco se ha debatido, sin embargo, sobre las ventajas de este proyecto. En particular, para las mujeres trabajadoras.
De acuerdo a datos del INE, la mayoría de los ocupados en Chile recibe ingresos menores o iguales a quinientos mil pesos al mes y un gran porcentaje de las mujeres se concentran en los trabajos de más bajo ingreso.
Los trabajadores de baja o sin calificación tienen horarios más extensos que sus pares con mejores estudios, y en el mercado laboral chileno, dos tercios de las mujeres son vendedoras, empleadas de oficina, y trabajadoras no calificadas, es decir, las jornadas con más horas afectan a una mayor proporción de las mujeres trabajadoras.
La extensión de la jornada laboral es aún superior en Santiago, donde el tiempo gastado en el traslado hacia el trabajo es de entre 50 y 120 minutos promedio en transporte público, de acuerdo a un estudio del CEP.
Las largas horas de desplazamiento y de trabajo, que implican una ausencia diaria de 12 horas y más, ligado a los bajos salarios que reciben las mujeres, no promueven su participación en el mercado laboral, cuya jornada continúa en sus hogares con carga doméstica y de cuidado.
De hecho, las trabajadoras remuneradas tienden a buscar empleo más cerca de sus hogares para reducir los tiempos fuera de estos, lo que limita sus posibilidades de acceso al empleo y de negociar sus condiciones.
Si bien para todos los trabajadores existe una asociación entre largas horas de trabajo, fatiga, incidencia de errores, licencias médicas y calidad de vida, para las mujeres trabajadoras en particular, existe una relación positiva entre participación laboral, acceso a cuidado infantil y cercanía del empleo.
Vale decir, disponer de más tiempo para el cuidado familiar - y una valorización del trabajo remunerado - puede ser un importante incentivo al empleo de las mujeres, cuyo aumento es imprescindible para mejorar la productividad y el crecimiento del país.
Si el objetivo último es alcanzar mayor productividad y crecimiento, más que apuntar al número de horas invertidas en el lugar de trabajo, que ya está entre los más altos de la OCDE, es primordial enfocarse en las ventajas que una reducción de jornada puede tener en la participación laboral de las mujeres. A la vez, se podrían resolver dos asuntos urgentes que sí influyen en la productividad y que no se refieren a las “horas silla” de los trabajadores: la inversión en investigación y desarrollo, que es la más baja de la OCDE, con un 0.36% del PIB; y el desaprovechamiento del capital humano del país por falta de capacitación y por la importancia del pituto a la hora de buscar trabajo, lo que dificulta la inserción de talentos sin las redes sociales adecuadas.
Finalmente, junto al debate sobre la extensión de la jornada laboral sería prudente poner en agenda los alcances de la automatización, proceso que inevitablemente afectará la organización del trabajo y que podría transformarse en un aporte significativo a la productividad.
Hoy no es posible asegurar que la productividad en la era de la sociedad de la información vaya de la mano de largas jornadas de trabajo, como algunos han argumentado, sino que todo lo contrario.
Las discusiones sobre el presente del trabajo deben plantearse desde el futuro, y ello sugiere que reducir la jornada puede tener ventajas económicas y sociales, sobre todo para las mujeres trabajadoras.
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