Es un dicho campesino, al menos así lo aprendí en mi pueblo natal de Pichirropulli, donde se usaba para hacer referencia a algo que se esperaba con ansias, pero que se tardaba en llegar y cuando llegaba no tenía mucha relación con la expectativa que se había hecho de aquello.
En fin, para quienes hemos seguido desde cerca y con mucha pasión el proceso de centralismo/descentralización en Chile, este refrán puede llegar a interpretar a más de alguno a propósito de lo que se esperaba en materia de descentralización y de lo que finalmente se transformó en ley. ¿Por qué? A lo menos por dos motivos. El primero de tiempo y el segundo de profundidad.
Respecto al primero, la elección de gobernadores regionales se esperaba para el año 2017, pero quedó definitivamente para el 2020.
Aún así se celebra porque es una medida histórica que finalmente logró traducirse en ley y con eso Chile democratizará el nivel regional de gobierno, con lo cual dejaremos de formar parte de un selecto grupo de países que no eligen a sus autoridades intermedias.
Con este hecho se cerrará un ciclo de centralismo político agobiante con preeminencia desde 1833, el cual asfixia el desarrollo de las regiones y el surgimiento de liderazgos locales y regionales.
En definitiva, se terminará con esa tensión permanente que se observa en las autoridades regionales entre ser representantes de un gobierno centralizado, o representar los intereses de la comunidad regional, que en muchas ocasiones se contraponen o entran en franco conflicto.
Segundo, en materia de transferencia de competencias se esperaba que fuera más profunda, o que al menos, permitiera descentralizar servicios públicos que tienen un componente sustantivo de inversión pública territorial.
No obstante se optó por la gradualidad, con lo cual estoy de acuerdo, no sin algo de contradicción, pero vista la experiencia comparada internacional, prefiero mascar laucha.
¿Por qué? He sido reiterativo en postular que lo sucedido en materia de descentralización en países como Colombia y Perú no es concluyente al asociar transferencia profunda de competencias y recursos a regiones con “procesos exitosos” de desarrollo regional. Todos en regiones queremos que las cosas se hagan mejor con la descentralización y no que se hagan peor.
Pues bien, existe evidencia en América Latina que nos señala que para hacer mejor las cosas en regiones no basta con transferirles competencias y poder, porque también entran en juego variables locales y territoriales como capacidades humanas y técnicas, o una sociedad civil empoderada que sirva de contrapeso a la posibilidad de empoderamiento de caudillos regionales, entre otros aspectos.
Es por eso que la gradualidad y la opción por el instrumento del “contrato región” o la solicitud regional de transferencias de competencias al nivel central, es un buen método porque garantiza monitorear e ir observando cómo se va dando el proceso en las distintas regiones del país.
En lo que estamos en deuda es en la ley de rentas regionales, aún no está muy claro o debidamente consensuado, cómo y en qué pueden grabar o cobrar impuestos las regiones para no entrar en franca competencia con municipios o distorsionar la realidad fiscal a escala regional.
Por todo lo anterior, creo que en este Día de las Regiones, hay motivo suficiente para celebrar con moderación.
Lo que se nos viene son cambios históricos, que al mirarlos en perspectiva temporal, nos damos cuenta que seremos protagonistas de un proceso de descentralización nunca antes vivido en Chile, del cual todos nos sentimos parte y responsables de que sea exitoso.
Porque como decíamos en el campo, prefiero “mascar laucha” a seguir contemplando el centralismo de nuestro país.
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