La política, en gran parte, está construida de gestos, de mensajes. A veces una medida simbólica tiene un impacto profundo en la sociedad, ya que da un indicio, manifiesta una intención o describe una mirada país que determina qué queremos en nuestro futuro.
Lo primordial de los gestos, o mensajes en política (sobre todo en épocas de desconfianza) es que estén en sintonía con la realidad del país. Por ejemplo, si nos enorgullecemos de estar considerados dentro de los países miembros de la OCDE, debemos hacer todo lo posible para dejar de predicar y empezar a actuar. En ese sentido, me enorgullece, como presidenta de Amplitud, que nuestro partido haya ingresado una reforma constitucional para que los parlamentarios bajen a la mitad su dieta, equiparándola así con los congresistas de los países miembros de este organismo.
En este caso es que no sólo consideramos que estamos muy por fuera de lo que la OCDE tiene como realidad, si no que queremos transmitir un mensaje de austeridad y realismo hacia las chilenas y chilenos, dejándoles en claro que no estamos de acuerdo con que un congresista gane 40 sueldos mínimos, y que la excusa sea que la Constitución indica que deben ganar lo mismo que un ministro de Estado; es algo que con voluntad se puede modificar.
Siguiendo la línea de esto, considero que la idea que anda rondando (hace ya un tiempo) de trasladar el Congreso Nacional a Santiago, apunta en el camino contrario de lo que como país queremos.
En primer lugar, porque implica un gasto que no es prioritario y que Chile no tiene la realidad para darse el gusto. Para todos los que han visto las dimensiones de la sede actual del Congreso, no es un disparate imaginar la exorbitante cifra que significaría hacer (o remodelar) un edificio de similares características en la capital, sino que sumarle estacionamientos, seguridad, accesos, traslados y un sinnúmero de factores es algo simplemente injustificable teniendo un lugar ya habilitado. Esto, sin considerar que el espacio en Santiago (el metro cuadrado en términos simples) es de los más caros que hay.
En segundo lugar, sería tirar a la basura uno de los pocos mensajes de descentralización que de manera Estatal hoy existen, dejando a Santiago como una “ciudad amurallada” políticamente hablando. En menos de 10 cuadras estarían los tres poderes del Estado, dando invisibilidad a las regiones.
No quiero ser mal interpretada. No dudo de las buenas intenciones detrás de estas propuestas ni tampoco creo que tener el Congreso a una región colindante de la Metropolitana sea el gesto máximo de descentralización, pero creo que modificar eso sería una falta de sintonía gravísima, a la cual me opongo tajantemente.
Espero que, tal como con la iniciativa de recortar las dietas, las propuestas y acciones de Amplitud sumen adeptos en el mundo político, no sólo por lo que en la práctica significan, sino que por el mensaje que se quiere dar. Un mensaje de un Estado moderno, austero, descentralizado y sintonizado con la sociedad.
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