Adviento viene del término latino adventus, que significa "llegada, venida", que en el cristianismo primitivo hacía referencia a la parusía, es decir, a la manifestación gloriosa del señor Jesús, que es lo que la iglesia espera y por lo que ora: Que el Señor se muestre en gloria y majestad, instaurando así, de manera plena ese tiempo definitivo de paz y armonía universal en el que al fin se implanten la justicia y el derecho, en que desaparecerá todo rastro de mal y toda lágrima será borrada, y en el que el último enemigo en ser vencido será la muerte (ver 1 Co 15,26). Es lo que llamamos el Reinado de Dios.
Posteriormente, cuando en el siglo IV d.C. se empezó a celebrar la Navidad, se asoció también este acontecimiento al término "adviento". Sin embargo, en el transcurso de la historia, hubo un desplazamiento de significado en cuanto que el tiempo de adviento se entiende más bien como preparación para la Navidad, quedando oscurecido el elemento de la parusía. No sucede así en la liturgia, puesto que, en las lecturas de los cuatro domingos de adviento, se habla tanto de la manifestación en gloria y poder de Jesús como de su nacimiento.
De ahí que me parezca adecuado hacer un breve recorrido y comentario de las lecturas correspondientes a este 2024.
En el primer domingo, la primera lectura (Jer 33,14-16) se refiere al mesías como "germen de David... que practicará el derecho y la justicia en la tierra", aspecto paradójicamente tan olvidado, tomando en cuenta la insistencia en los anuncios mesiánicos del Antiguo Testamento de un mesías que aplicará la justicia hasta los confines de la tierra. En el salmo (25,4-5a.8-10.14), el orante, por una parte, le pide a Dios que le muestre sus caminos, que lo instruya en sus enseñanzas y, por otra, afirma que Dios encamina a los humildes en la justicia y les enseña sus caminos. En la segunda lectura (1 Tes 3,12-4,2), Pablo le indica a los tesalonicenses cómo deben progresar en el amor entre ellos y hacia todos para estar preparados para la manifestación definitiva de nuestro Señor Jesucristo, haciendo la voluntad de Dios manifestada por Jesús. En el evangelio (Lc 21,25-28.34-36), el evangelista, utilizando el lenguaje apocalíptico, busca expresar la repercusión cósmica que tendrá la manifestación "con gran poder y gloria" del Hijo del hombre (Jesús), pero a la que no hay que temer porque con ella llega nuestra liberación, nuestra redención. Tal como decía el gran biblista Beltrán Villegas ss.cc, ya fallecido: "Todas las descripciones que encontramos en el NT de la venida definitiva de Jesús tienen como dos caras: la de una venida amenazante y terrible, y la de una venida liberadora y dichosa. Y es que para unos y otros será radicalmente distinta, porque tenemos la triste capacidad de convertir la Gracia de Dios en Juicio condenatorio si no nos abrimos gozosamente a ella" (Esquemas para Homilías. Ciclo C, Conferencia Episcopal de Chile 2006, pp. 5-6). Como se ve, en este domingo, las lecturas están dirigidas al adviento escatológico.
En el segundo domingo, la primera lectura (Bar 5,1-9) invita a Jerusalén a envolverse "en el manto de la justicia divina" y así Dios le dará el nombre mesiánico de "Paz en la justicia y gloria en la piedad". El salmo (126,1-6) en el que el regreso del destierro en Babilonia prefigura el adviento de la era mesiánica, expresa la esperanza de que Dios hará que los que siembran ahora entre lágrimas, en alegría cosecharán. En la segunda lectura (Flp 1,4-11), Pablo exhorta a los filipenses a que su amor crezca en conocimiento para poder descubrir lo mejor, es decir, crecer en discernimiento para descubrir la voluntad de Dios, y prepararse así para el "Día de Cristo Jesús". En el evangelio (Lc 3,1-6), aparece Juan Bautista exhortando a la conversión para el perdón de los pecados en vistas a la llegada del tiempo mesiánico, tiempo de salvación de Dios. Aquí aparece la conjunción entre gracia (el don de Dios otorgado a Jerusalén) en la primera lectura y tarea (la conversión a la que debe conducir la acogida del don salvífico de Dios). Por lo que ese "amor que surge en el corazón del creyente por saberse amado, se convierte a su vez en raíz de una actuación justa que permite acceder al encuentro definitivo con Dios" (Villegas, Esquema para..., p. 8). Nuevamente las lecturas apuntan a lo escatológico.
El tercer domingo está por marcado por la inmensa alegría por la proximidad de la salvación (de ahí que se llame Gaudete, término latino que significa "¡alégrense!") y que aparece ya en la primera lectura del profeta Sofonías (3,14-18), donde, en una formulación extraordinaria, aparece Dios exultando de gozo y danzando con gritos de júbilo por la salvación que él mismo ha traído a Jerusalén. Es el mismo tema del salmo, esta vez un salmo que se encuentra fuera del salterio en Is 12,2-3.4bcd.5-6, donde el orante invita al gozo, al júbilo y al agradecimiento a Dios por la salvación. En la segunda lectura (Flp 4,4-7), Pablo exhorta a una alegría constante en el Señor, lo que es particularmente notable en una carta enviada desde la prisión con una condena a muerte pendiendo sobre su cabeza. En el evangelio (Lc 3,10-18), Juan Bautista presenta exigencias de justicia y solidaridad que se corresponden con los frutos dignos de conversión. Ni el peligro de muerte ni las exigencias mencionadas se contradicen con la alegría, porque se trata de una alegría profunda, la alegría brota de la fe y de la esperanza en la que hay espacio para el sufrimiento: "El descubrimiento del Amor gratuito y salvador de Dios es, pues, al mismo tiempo, la raíz de alegría cristiana y la raíz de las exigencias cristianas. Y es que como lo dijo Bonhoeffer, 'la Gracia de Dios (su amor salvador) es gratuita, pero no barata'" (Villegas, Esquema para..., p. 8).
El cuarto domingo, la primera lectura (Miq 5,1-4) anuncia al que gobernará con la fuerza de Dios y que surgirá de Belén, texto citado posteriormente por el evangelio de Mateo (Mt 2,6). El salmista (Sal 80,2-3.15-16.18-19) ora a Dios pidiendo su intervención salvífica en favor de su pueblo. La segunda lectura (Heb 10,5-10) muestra que Jesucristo nos ha santificado al hacer la voluntad de Dios en la ofrenda de su propio cuerpo. Y, finalmente, el evangelio (Lc 1,39-45) es el conocido texto de la visitación en el que María, inmediatamente después de la anunciación, va a visitar a su prima Isabel. Es el encuentro entre "embarazadas imposibles", una por ser estéril y ya anciana, la otra por ser virgen. Ambos niños son, por tanto, manifestación de la acción poderosa de Dios en ellas. El pasaje muestra, además, la acción salvífica de Jesús desde lo oculto del vientre de María, en cuanto que Juan Bautista, ante su presencia, saltó de gozo en el vientre de Isabel. Dos elementos a resaltar de este evangelio. Por una parte, así como en el vientre de María, la presencia oculta pero eficaz de Jesús en su Iglesia es el fundamento de nuestra esperanza en su manifestación definitiva y gloriosa: "Sin alguna experiencia gozosa del Cristo presente, es imposible una esperanza cierta y alegre de que 'estaremos siempre con el Señor'" (Villegas, Esquema para..., p. 11). Por otra parte, que esa presencia recién descrita la hemos de transmitir a otros "primeramente a través de nuestra voluntad de servicio. Encerrarnos en nosotros mismos con miedo al aire libre y a los caminos peligrosos es impedirle a Cristo que llegue a los que están lejos de nuestras seguridades" (Villegas, Esquema para..., p. 11).
Adviento, esperanza y alegría van de la mano, porque lo que esperamos es salvación, liberación, plenitud. Pero se trata de una espera activa en la que se nos pide practicar la justicia divina, esto es, ajustarnos a la voluntad de Dios, que busca el bienestar de todos los seres humanos, en especial de los más necesitados. Así nos preparamos para la navidad y para la parusía. El amor de Dios al mundo nos impulsa a comprometernos con este mundo como antesala del mundo futuro.
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