Como católico, estaba expectante durante el tiempo previo a la vista del Papa. Siempre entendí que el motivo de ésta se relacionaba con el difícil momento que nuestra Iglesia estaba viviendo, por lo que interpreté que el objetivo de la visita era traer un mensaje de esperanza, centrado en el fundamento del cristianismo, que no es más que la persona de Jesucristo y su revolucionario mensaje, centrado en el amor y misericordia hacia la persona.
Una visita que “nos traía la paz” de un Papa sencillo, reformador y cuyo mensaje he considerado, intenta mostrar auténticamente a una Iglesia acogedora, evangelizadora y no enjuiciadora.
Por otra parte, tengo claridad que las actuales dificultades que vivimos como Iglesia Católica no son sino de responsabilidad nuestra, y se debe a la falta de coherencia entre nuestro pensar, decir y actuar.
Incoherencia reflejada en los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, por la torpeza y falta de humanidad en el actuar de la jerarquía de la iglesia respecto de estos casos, en el distanciamiento de los pastores con su pueblo, y en la lejanía con el mensaje del Evangelio.
A mi juicio, las condiciones prácticas de la visita del Papa, hacían aún más difícil que se generara un clima de fervor, posible de representar a través de la cantidad de personas esperando su paso en sus trayectos y en la masiva asistencia de fieles en los distintos actos.
Una visita breve de tres jornadas, en días que se suponían calurosos y en tiempo de vacaciones, a eso le agregamos condiciones casi heroicas para conseguir una entrada e ingresar a los distintos recintos, y toda la polémica sobre el costo económico de la visita que se dio previamente.
Y empezó la visita de Francisco.
Comenzó muy bien, pidiendo perdón y reconociendo vergüenza por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Yo estaba esperándole en el parque O’Higgins, desde donde vi la transmisión en directo desde el palacio de La Moneda, y sentí un gran alivio. El Papa comenzaba oficialmente su visita haciéndose cargo, a mi juicio, de uno de los temas que debía tratar.
Creo que esta declaración influyó para que la Misa del parque fuese plena, con gran fervor y recogimiento, además de masiva.
Luego vino tal vez el momento más alto de su visita, cuando la hermana Nelly León lo recibió en la cárcel de mujeres. Todo me pareció muy evangélico, desde la canción que le cantaron las mujeres, hasta los discursos del Papa, de Janet y de la hermana Nelly.
Me gustó mucho saber que antes de ir a la cárcel, Francisco se había reunido con personas víctimas de abuso sexual por parte de integrantes del clero.
La Misa en Temuco estuvo cargada de potentes gestos, me pareció muy jugado el que el Papa haya citado a Violeta Parra y su “Arauco tiene una pena”, y haya declarado que toda promesa no cumplida se vuelve violencia.
Luego vino el encuentro con los jóvenes, el de la universidad Católica y el cierre con el encuentro en Iquique.
Una visita apostólica potente, con bastante material para trabajar durante el año, y por qué no reconocerlo, con un objetivo bastante cumplido, en un ambiente de un Iglesia fracturada.
Y empezó la visita de Mario.
Bastó una frase seca, violenta en el contenido y en la forma, para que se me generara un gran ruido, una desilusión y confusión que todavía no termino de procesar.
Habló la persona por sobre el personaje, y enturbió una visita pastoral que un obispo en particular se esforzó por complicar.
La declaración del padre Mario no hizo más que poner a los obispos en un pie forzado de apoyo al obispo cuestionado, y ahondó una división en el clero, todo lo cual genera confusión y tristeza.
Parte de los católicos, los que a pesar de todo no dejaremos la Iglesia, deberemos hacer un esfuerzo por relevar los mensajes de la visita de Francisco por sobre la breve pero demoledora visita del padre Mario.
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