El diagnóstico de autismo en mujeres ocurre en promedio 8 años más tarde que en los hombres. Si bien no hay cifras claras de cuántas personas se diagnostican en la adultez, este fenómeno parece ser más común en mujeres. En esto influye una presentación clínica más sutil y menores dificultades en la comunicación que los hombres autistas, a lo que se suma una visión estereotipada del autismo y, por qué no decirlo, sesgo de género durante la sospecha y el proceso diagnóstico. Si una niña o adolescente tiene una crisis emocional, se le cataloga de "dramática" y si se aísla, de tranquilita o "bien portada", en lugar de sospechar que pudiera tratarse de una condición del neurodesarrollo como el autismo. Si a esto le sumamos que las mujeres son más hábiles en ocultar sus características autistas, termina siendo muy frecuente que nadie se dé cuenta, ni el personal educativo, ni el de salud, ni la familia, ni la misma mujer, que es autista.
Entonces, pasa el tiempo y, por varias razones, una mujer adulta puede llegar a sospechar, tardíamente, que es autista, pero una particularmente importante es cuando le diagnostican autismo a un hijo. En un comienzo, muchas de las características del hijo pudieron haberse interpretado como parte de un desarrollo típico, dado su parecido con las conductas de la mamá, pero al recibir el hijo el diagnóstico, esos parecidos adquieren otro significado, y la madre comienza a verse reflejada en su hijo, a modo de un espejo, a decir "esto lo viví antes", y al sentirse identificada comienza a sospechar que ella puede tener también autismo.
La identificación de la madre con las conductas del hijo contribuye mucho al proceso diagnóstico, pero es importante tener en cuenta que las características del autismo pueden expresarse de manera diferente en la adultez. Por ejemplo, el niño autista rechazará participar en juegos interactivos, la madre rechazará acudir a reuniones sociales; el niño no mirará a los ojos, la madre mirará la región que está entre los ojos, para hacer creer a otros que cumple con esta convención social que para muchos implica respeto; el niño se balanceará o moverá sus manos como un aleteo, la madre se tocará el cabello repetidamente; el niño hará "rabietas" cuando se le proponga un cambio en su rutina, la madre podrá aceptar ese cambio, pero necesitará anticipación para no sentir ansiedad.
El período que incluye el embarazo, parto y cuidados de los primeros años del niño o niña puede ser de vulnerabilidad para las madres, en general. Esto es especialmente más notorio en las madres autistas, quienes pueden tener más probabilidades de experimentar otras afectaciones de la salud mental, como la depresión pre y post parto y mayores dificultades para abordar la realización de múltiples tareas, el manejo de las responsabilidades domésticas y la creación de oportunidades sociales para sus hijos. También, es más posible que se sientan incomprendidas por profesionales e informan mayor ansiedad, sensación de aislamiento, preocupación por ser juzgadas o de sentirse incapaces de buscar apoyo en la crianza de sus hijos.
Por otro lado, tener un hijo implica asumir que gran parte de su comportamiento será impredecible, y a las personas autistas les acomoda más un ambiente predecible y sin cambios; tener un hijo trae muchos estímulos sensoriales nuevos, y a las personas autistas les puede costar tolerar varios de esos estímulos; tener un hijo implica interactuar con otros adultos por temas relacionados con hijos, y eso puede generar agotamiento. Otro desafío frecuente es la dificultad de algunas parejas para comprender algunos comportamientos poco flexibles o la menor presencia de expresiones de afecto tradicionales, lo que puede generar un quiebre en la relación, que muchas veces se evita, siempre que haya voluntad y amor, cuando se confirma el diagnóstico de la madre y existe una explicación para aquellas conductas.
A su vez, las madres autistas pueden llegar a comprender mejor las necesidades de sus hijos autistas, porque han experimentado las mismas dificultades que ellos en su propia infancia, lo que puede generar una conexión especial. Pueden ser más abiertas y comprensivas con algunas conductas del niño que para otros serán extrañas y pueden llegar a ser muy dedicadas en otorgar una maternidad responsable y respetuosa, dada su capacidad de interesarse profundamente en algunos temas. Por otro lado, les será mucho más fácil no exigir a sus hijos que escondan sus características autistas, lo que puede favorecer un desarrollo más amable y, al haber sido tantas veces corregidas en su vida, podrán tener la oportunidad de estar alerta para que sus hijos no experimenten las mismas dificultades., buscando que el mundo les trate como hubieran querido que le tratasen a ellas.
Los hijos autistas también pueden presentar ventajas en comprender las necesidades de sus madres autistas, contribuyendo aún más a crear una relación única de apoyo. Ser madre autista de un hijo autista tiene desafíos y fortalezas, aunque, como en todo ámbito de cosas, no existe una única realidad, dado que cada madre, cada hijo y cada persona autista en general, es única y su historia también será única.
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