Ser pro vida y pro calidad de vida

En el avance legislativo del proyecto de despenalización del aborto en tres causales, los grupos pro vida nos hemos movilizado ampliamente tanto en impecables campañas en las calles y redes sociales, como en la generación de propuestas para tratar el problema que los promotores del proyecto dicen defender, destacando la propuesta del centro de estudios IdeaPaís sobre protección del embarazo vulnerable.

Sin embargo, no hemos abordado de igual manera una dimensión que es clave, en especial cuando suenan más fuerte quienes exigen aborto libre: la calidad de vida y oportunidades de niños, niñas y adolescentes que evitamos sean abortados, pero que viven en familias que les brindan escasa atención, cuidado y afectos, pues su(s) madre/padre(s) no los querían tener.

Algo de razón tienen aquellos en acusarnos de preocuparnos sólo que el bebé nazca pero una vez nacido, lo dejamos a su suerte como si no importara, total es hijo de otro/a. Los cientos casos de niños muertos y maltratados en la red SENAME evidencia un grave problema con esos niños no queridos del que todavía no nos hemos pronunciado ni propuesto políticas públicas activas en infancia y adolescencia que los salvaguarden.

Si antes los orfanatos acogían a niños cuyos padres morían de las pestes y conflictos de hace un siglo, hoy acogen a los “neohuérfanos”: tienen padre y madre vivos, pero al menos uno de ellos no ejerce una parentalidad mínimamente responsable, los dejan semi abandonados y cada vez que pueden les muestran que para ellos sólo son un problema, una carga, un cacho. Estas condiciones son el semillero de conductas antisociales y delincuencia de las que tanto nos quejamos hoy en día.

Se podría argumentar que al “no ser hijo mío”, la responsabilidad de una buena crianza radica (sólo) en los progenitores, sólo ellos deben cargar con sus decisiones, y además en virtud de la “defensa de la familia”, en esto no deben ser molestados. Esta visión asimila un valor tan noble como la defensa de la familia con un laissez-faire de cada hogar -incluso si está en condiciones socio afectivas de riesgo-, una subsidiaridad negativa muy cómoda para las familias “funcionales” pero desastrosa para muchos niñosque  no tuvieron la misma suerte.

Aquí se evidencia un choque irreconciliable entre “las dos almas de la derecha”: por un lado la filosofía liberal en base a las responsabilidades individuales dejará a cada familia a su deriva, pues “no tenemos por qué hacernos responsables por los hijos de otros”y dejaría un “incentivo perverso” (nótese el economicismo); y por otro lado, la corriente que defiende  valores como la solidaridad y dignidad de toda persona humana se toma a pecho el “no lo dejaremos solos” - lema por la defensa de la vida - con un Estado solidario, que subsidie positiva y activamente iniciativas sociales de calidad para acogerlos y protegerlos a pesar de sus enormes carencias familiares.

Estar a favor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural implica no considerar sólo esos extremos, si no también todas las etapas de la vida. Defender el derecho a la vida es también defender el derecho a calidad de vida.

Tampoco podemos decir que defendemos la familia si somos cómplices pasivos o activos de bajos salarios, inestabilidad y jornadas laborales larguísimas que no permiten disfrutar y educar a los hijos, de empresas que no contratan o desvinculan a mujeres en edad fértil por (poder) quedar embarazadas. Menos de ISAPREs que las castigan en sus planes por mismo motivo, de Tribunales de Familia que intervienen poco, mal y tarde; ni de la exclusión de hijos nacidos fuera del matrimonio (¡en Chile son casi el 75%!) o de padres no católicos de los colegios católicos (“No son los sanos los que necesitan médico” Mateo 9:12), ni de la fiebre consumista que lleva a las parejas a no tener hijos porque “sale muy caro”

En eso se equivocan y contradicen quienes se declaran pro vida pero no ven o no quieren aceptar esta mutua implicación, como la UDI, sectores de Renovación Nacional, y el movimiento Republicanos. ¿Cuántos abortos se habrán provocado por empresas que presionan a sus empleadas a no tener hijos, prácticas que ellos mismos defienden en aras de su “libertad”?

Tampoco podemos justificarnos con un Estado subsidiario deficiente, que entrega soluciones de baja calidad, muchas veces para incentivar si no forzar a que la gente necesitada ocupe lo poco y nada que tienen en soluciones privadas (como la profesora de Chicago Susan Meyer que proponía asociar estigmas a los beneficios sociales para ser más eficientes). Sólo recordar que esas ideas económicas tienen un sustento filosófico en autores en extremo ateos y abortistas, como Gloria Álvarez o Ayn Rand.

Defender la vida y la calidad de vida de modo integral es por lejos el proyecto país más costoso, de mayor envergadura, holístico y desafiante para la centroderecha socialcristiana, llamada a romper con las ataduras del hiper liberalismo económico y la guerra fría. Aquí la mal llamada nueva derecha puede encontrar su identidad. Podrá costarnos algunas décimas de crecimiento del PIB, quizá bajar algún puesto de competitividad o darnos menos lujos, pero estaremos defendiendo la vida, y esa convicción ningún fajo de dinero lo puede comprar.

Nuestros niños, niñas y adolescentes necesitan que nos ocupemos de ellos hoy. Sepan que ahora más que nunca que no los dejaremos solos, ni en su gestación, ni en su crecimiento y desarrollo.

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