Recuerdo que cuando era niño mientras disfrutaba de jugar con mis mascotas recibía el reclamo de mi madre por no ocuparme de sus necesidades, dejándole todo el trabajo a ella “dices que los amas pero no los alimentas”. Desde entonces mucho he avanzado en preocuparme y ocuparme de mis mascotas, pero esa escena volvía a mi mente cada vez que, presenciaba tan gráficamente, la diferencia entre amar y gustar.
Gustar algo o alguien es disfrutar y aprovechar su presencia o existencia, algo que a primera vista puede sonar muy noble, si no fuera porque no es más que un usufructo centrado en el Yo, me gusta en la medida que me provee satisfacción, que me es útil, que me sirve; cuando ya no me sirva, no me beneficie, no me satisfaga, lo desecho.
Y eso no es una diferencia de grado, si no que una diferencia radical y de antónimos con el concepto de amar. Se ama a alguien por ser quien es en sí mismo, por su valor propio. Cuando se ama no es la propia satisfacción la prioritaria si no que el bienestar del ser amado, aun cuando ya no nos produzca satisfacción alguna, porque es ese ser quien nos importa, y no uno mismo.
No se trata sólo de un tema de amor romántico o de pareja atingente al 14 de febrero, es una diferencia radical que se manifiesta en todos los ámbitos. Hay mucha gente que les gustan las mascotas, pero cuando son “cachorritos y bonitos”, y cuando envejecen o se enferman los abandonan a su suerte, les gustaban pero no los amaron.
Hay mucha gente que “le gusta” tanto la naturaleza, pero la ama tan poco que al visitar parques nacionales deja basura, es negligente con el manejo de fuego que provoca incendios, o se compran una casa en condominio rústico “en medio de la naturaleza” que lo único que hace es destruirla.
Hace poco participé del rescate de un perro anciano abandonado, sin una pata y con la otra en serio riesgo, que fue acogido por Fundación RAO. Probablemente fue un cachorro bonito que alegró un hogar, gustó mucho, pero quienes ahora lo recibieron lo aman.
Hay muchas personas a las que “le gustan” los niños, pero sólo cuando están sanitos, perfumaditos, pequeños, bien portados y no les presenten problemas, así tenemos a muchos padres ausentes que disfrutan de sus hijos limpios y cuidados los fines de semana cuando la madre ya ha hecho todo el trabajo duro, lo mismo pasa con muchos “tíos solterones”.
Así tenemos familias que adoptan pero sólo bebés de pocos meses, pero no niños mayores. Así tenemos parejas que se ven muy enamorados, pero cuando el abdomen de ella aumenta, o el rendimiento en la intimidad de él disminuye, son abandonados, porque “les gustaban” pero nunca los amaron.
En la sociedad líquida en que vivimos, diría Barman, por el debilitamiento de los vínculos y el consiguiente miedo al compromiso predomina el amor líquido que como digo ya no sería amor, si no un mero gustar. El gustar es egocéntrico, el amar se centra en el ser amado.
No lo digo en base a ninguna discusión filosófica o tradición reflexiva, si no en base a lo que observo, intuyo y vinculo. Ojalá la reflexión sirva para que más personas pasen de gustar a amar, o escapen de falsos amores que son sólo usufructos egoístas.
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