Dos décadas han transcurrido desde la publicación de la investigación de Andrew Wakefield, la que supuestamente comprobaba la relación entre vacuna tresvírica y el desarrollo de autismo y enfermedades gastrointestinales.
Como ya se conoce, el daño a la salud pública persiste de manera inconmesurable hasta estas alturas, puesto que - a pesar de que se realizó formalmente la retracción del estudio al detectarse faltas graves a nivel ético y metodológico - la desconfianza en la población avanzó más rápido, a sabiendas de que se estaba ante uno de los más grandes fraudes científicos de la historia.
Pues bien, durante los últimos años ha llamado profundamente la atención lo paradojal de la conducta de la población chilena. Imposible olvidar, por un lado, la sensación de apocalipsis cuando apareció la pandemia de Influenza A (H1N1), en el año 2009, y el brote epidémico de Meningitis por meningococo subtipo W135, en el 2013.
También este año, cuando recién se iniciaba el verano - y en el país se conocía acerca de la alerta sanitaria emitida en Brasil por la epidemia de Fiebre Amarilla -, los vacunatorios privados colapsaron por miles de viajeros en busca de la vacuna.
Por otro lado, se fueron formando y potenciando los autodenominados “movimientos anti-vacuna”, con argumentos irrisorios, pero también preocupantes.
Si bien ambos comportamientos son extremos, sólo este último es el que genera el mayor y comprobado daño en la salud poblacional.
Lo más grave aún es que los argumentos de los movimientos antivacunas se basan en la idea de que, en la actualidad, las personas no requieren vacunarse puesto que estas enfermedades inmunoprevenibles ya no existen; por lo tanto, nadie más podría contraerlas.
Complejo, también, es cuando “educan” a ultranza a la población sin medir consecuencias, en base a estos “conceptos”. Todos ellos deberían reconocer (o recordar) hechos científicos que contradicen sus tesis.
Primero, la inmunización de grupo o “efecto rebaño” sí existe, y es a causa de la gran masa poblacional que, afortunadamente, sigue vacunándose.
Ellos protegen a los no vacunados al disminuir la transmisibilidad de los agentes infecciosos y, por lo tanto, reducir la tasa de portadores, pero también conferir vacunación inadvertida y disminuir la intensidad con la que atacan dichos agentes.
Si disminuye el porcentaje de vacunados en la población, se atenta contra este efecto y es posible que las enfermedades eliminadas resurjan.
Segundo, las vacunas son seguras. La probabilidad de sufrir un evento adverso grave al ser inmunizado es de 1 en 1.000 hasta 1 en 1.000.000. Los efectos secundarios son transitorios (alza térmica, dolor y enrojecimiento del sitio de punción) y, en ningún caso, superan a los beneficios de recibir la inmunización.
Tercero, el timerosal o etilmercurio es un agente conservante que evita la contaminación de vacunas multidosis en su uso habitual por hongos o bacterias. Las dosis utilizadas en las vacunas han ido a la baja, a pesar de que se ha comprobado con evidencia de casi 30 revisiones sistemáticas que no causa autismo. Se han creado vacunas sin timerosal, pero el riesgo de que se contaminen es muy alto, pudiendo causar efectos adversos graves. Las sociedades científicas siempre mantendrán esfuerzos por mejorar cada vez más los perfiles de bioseguridad de las vacunas.
Cuarto, existen actualmente tres enfermedades eliminadas (algunos continentes libres de casos de sarampión, rubéola y poliomelitis) y una erradicada (ningún caso de viruela) en el mundo. Australia bajó en 10 años de un 22 a un 1% la infección por virus papiloma humano en las mujeres. Estos importantes logros se debieron a las vacunas y no a la mejora de las condiciones de higiene.
Como aún existen países donde circulan los agentes que causan las tres primeras enfermedades, es posible que reemerjan si se bajan las coberturas de vacunación. Así viene ocurriendo desde hace algunos años en Europa.
Felizmente, Chile aún mantiene coberturas promedio de 90%. Gracias a ello, fue el primer país de América que eliminó algunas infecciones y la incidencia de casi todas las otras enfermedades inmuno prevenibles se mantienen bajísimas.
A la tercera semana de iniciada la campaña de vacunación antiinfluenza 2018, el 32% de la población de riesgo ya se había vacunado, fenómeno nunca observado, por cierto.
Por ello, el llamado es al autocuidado. La decisión de autocuidado en salud se toma de manera informada. Y dicha información debe ser recogida de manera responsable.
Si los pacientes buscan la verdad en otros medios, ya que han dejado de confiar en los equipos de salud, éstos deberían revisar la manera en la cual se vinculan y educan a la población en temas de salud.
La invitación también es para los usuarios. Si la recomendación es a vacunarse, háganlo, previenen grandes riesgos a un costo mínimo y, también, colaboran en proteger la Salud Pública, que es el bien mayor que todos tenemos el deber de defender.
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