La Real Academia de la Lengua Española define solidaridad como la "adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros", lo que no da cuenta de la potencia y alcance de la palabra. En la cultura judeocristiana encontramos mejores referencias.
El cristianismo concibe la solidaridad como la ayuda a los necesitados, a quienes están excluidos o en riesgo de exclusión. Una figura emblemática en esta materia fue el padre Alberto Hurtado, quien trabajó especialmente por los pobres. Es precisamente en su honor que hoy celebramos el Día de la Solidaridad.
En el judaísmo, hablar de solidaridad es sinónimo de hablar de Tzedaká, concepto hebreo que tiene su origen en la palabra tzedek, literalmente, justicia. Este es un precepto que me legaron mis padres con el ejemplo. Como cuando durante las vacaciones, teníamos la posibilidad de llevar libros y útiles escolares a niños de Llallauquén, en ese entonces un lugar remoto, donde la empatía, como forma de entender las necesidades de otros, era fundamental.
Han pasado más de cuatro décadas desde esas vacaciones. Vivimos en otro Chile. Hemos cambiado como sociedad; algunos serán pesimistas, otros optimistas, pero estoy seguro de que hay más solidaridad de la que percibimos.
Quizás la pandemia o las múltiples crisis que están afectando al mundo nos han permitido reencontrarnos con este valor, repensando el sentido de la justicia y la dignidad que le acompañan.
La Encuesta Nacional Bicentenario 2020 (Pontificia Universidad Católica de Chile) reveló una importante percepción de solidaridad en la crisis asociada a la pandemia del Covid-19: el 65% pensaba que las personas habían tratado de ayudar a los demás. En términos de acciones propias al respecto, 48% declaró haber ayudado a alguien de su familia, mientras 45% aseguró que lo hizo con amigos o vecinos.
Los motivos son infinitos, pero lo importante es saber que existe. La Torá (Biblia) se refiere en reiteradas ocasiones a la solidaridad. En Isaías, el mandato de Dios es: "Si te ofreces al hambriento, y sacias el deseo del afligido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía". El mensaje es claro: con la solidaridad se recibe felicidad y paz espiritual.
Es lo que ocurría en aquella escuela de Llallauquén con mi hermano y mis padres, y es lo que seguramente experimentaron miles de personas que, en esta gran crisis que nos golpea desde 2020, han compartido su comida, han preguntado a sus vecinos adultos mayores si necesitan algo, han ayudado a quienes perdieron sus trabajos, han llevado víveres a los contagiados, apoyado a mujeres que en confinamiento sufrieron más violencia intrafamiliar, donado un computador para que un niño pudiera seguir estudiando o han hecho voluntariado. Punto aparte: la incasable entrega del personal médico.
Ya sea un acto espontáneo o un compromiso sistemático, la solidaridad es siempre necesaria, y siempre bienvenida. No hablo solo de aportes monetarios, sino de actos de justicia y rectitud que están al alcance de todos: visitar a un enfermo, ser voluntario para una causa noble y todo lo que podamos aportar a los demás: tiempo, experiencia, atención.
Vivimos tiempos difíciles, al desgaste por la emergencia sanitaria se han sumado otras crisis, nacionales e internacionales. Quizás nos hemos alejado de quienes nos necesitan. En el Día de la Solidaridad es vital que sigamos enseñando este valor desde la experiencia, desde la familia, compartiendo con nuestros hijos o nietos la felicidad de hacer cosas buenas por los demás.
Hoy es un día para reencontrarnos con la solidaridad como principio fundamental para construir un mundo mejor.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado