En defensa de las ONGs rurales

Co-escrita con Tatiana Aguirre, Rafael Lindemann y Karla Bayres

En Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural trabajamos hace más de 35 años con organizaciones no gubernamentales (ONGs) en territorios rurales y creemos importante reconocer su aporte a la vida de esos espacios. Venimos llegando de un terreno largo por México y Centroamérica y podemos constatar una realidad que se mantiene en el tiempo. Muchas de estas organizaciones están en riesgo en la región. Por temas de financiamiento, tensión siempre abierta en el mundo de las ONGs, pero sobre todo por las infinitas complejidades de los territorios en que operan y las presiones que reciben por parte de agentes del sector público y privado, del narco y las lógicas de violencia donde operan, donde en muchos casos no hay Estado.

Las ONGs que trabajan en los territorios rurales cumplen un importante rol dinamizador. Ellas conectan temas tan diversos como los productivos, culturales, medioambientales y de investigación. Intentan poner en diálogo al sector público, el privado y la cooperación internacional en sectores de alta vulnerabilidad. Articulan a actores técnicos, agrícolas, educativos y de la salud, entre muchos otros. Las ONGs de trabajo territorial apoyan las redes existentes de jóvenes y mujeres, de pueblos indígenas, afros y campesinas, poblaciones que históricamente han sido excluidas de los procesos de desarrollo. Están en la primera línea en la defensa de los derechos humanos, en las campañas de violencia contra las mujeres y en la protección de la naturaleza, por nombrar algunas.

Estas ONGs territoriales tienen una estructura legal y administrativa que les permite ser más ágiles y flexibles que las estructuras del Estado, como ministerios, municipios y universidades, lo que les permite adaptarse y responder con mayor velocidad a las necesidades que mutan permanentemente en un territorio. Así, pueden canalizar ayuda psicológica, responder frente a una crisis de violencia armada, al hambre o las consecuencias de episodios cada vez más recurrentes asociados al cambio climático, como aluviones, desbordes de ríos, huracanes y sequías.

Estas organizaciones que persiguen el bien social, por supuesto, no son perfectas. Como en todas las instituciones, existen casos de corrupción, aprovechamiento de recursos y mal uso de influencias. Y, como dice el dicho, "pagan justos por pecadores", que deben lidiar con mecanismos de control que, en su exhaustividad, llegan a entorpecer su funcionamiento y limitan su capacidad adaptativa. Además, esto ha dado pie para críticas y burlas, como la tan conocida "lucro de la pobreza", incluso proveniente de sectores progresistas. Ideas que desconocen el trabajo que realizan día a día y olvidan los factores estructurales de la desigualdad cuando se trata de encontrar algún responsable.

Mucho de las transformaciones productivas e institucionales que hoy experimenta la ruralidad latinoamericana se juega en las demandas que estas organizaciones han canalizado. Las ONGs de los territorios rurales tienen una larga historia de trabajo y merecen todo nuestro reconocimiento.

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