El 18 de octubre de 2019 no fue una revuelta concertada de violencia. Fue la manifestación explosiva de un síntoma social de frustración debido a un sentimiento de exclusión de larga data de gran parte del pueblo. Siempre han sido los anhelos de seguridad, de estabilidad, de bienestar los que han motivado los deseos de cambio. Hoy se olvida que con el actual sistema neoliberal, enfermarse, jubilarse, endeudarse o perder la pega puede significar la ruina para casi cualquier familia. Ni siquiera tener un trabajo garantiza tranquilidad si el sueldo no alcanza.
La desigualdad, no solamente económica, sino de derechos y de calidad de vida, no es aceptable para personas nacidas en democracia, donde los ideales teóricos chocan con la realidad cotidiana. El proceso de reflexión y cambio constitucional post estallido, encauzado en la institucionalidad democrática ha sido una experiencia inédita, incluso a nivel mundial. No puede ser desperdiciado, ni aun por los errores cometidos en el camino.
Los desafíos que tiene Chile no han cambiado. La forma en cómo realizarlos es discutible y debe hacerse con el mayor consenso. Pero negar la herida que causa la injusticia, es no entender que si no avanzamos en reformas estructurales, se pavimenta el camino de la violencia extrema.
Cuestionar aspectos centrales del modelo no significa necesariamente una lucha ideológica irreconciliable. Se puede avanzar con debate y estabilidad, pero se requiere mayor compromiso ético y moral de las contrapartes. Más proyectos colectivos y menos perfiles personales. Más visiones estratégicas de mediano y largo plazo, que solamente acciones llamativas coyunturales. Mayor voluntad política de impulsar acciones que avancen hacia un nuevo modelo más sustentable, inclusivo y democrático, aunque a ciertos defensores de privilegios, no les guste. Mostrar convicciones no es testarudez, ni dogmatismo, el pueblo valora a quienes tienen principios y son consecuentes.
Siempre he pensado que la ciencia, el saber y el conocimiento, no pueden ser neutrales. Pueden y deben ponerse al servicio de las necesidades de las personas. La ciencia puede contribuir a entender más, a construir más, a forjar mejores condiciones para el futuro. Pero se le debe valorar. No basta con declarar que se le valora, igual que a la cultura o al deporte. Se debe poner recursos más significativos acordes al desafío e implementar un plan impulsado desde el Estado (gobierno central, universidades públicas, gobiernos regionales), que convoque, que aglutine las capacidades públicas y privadas y genere mejores condiciones estructurales para una explosión de ideas y talentos que seguramente contribuirán a mejores soluciones para un mejor vivir de nuestro pueblo y sus futuras generaciones.
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