Lo que pasa en la Antártica, no se queda en la Antártica

En las sociedades tradicionales, el pasado, el presente y el futuro forman un continuo donde cada época va preparando el terreno de la siguiente en un horizonte temporal amplio y gradual. La revolución industrial aceleró el ritmo en que nuestras sociedades se movían y la pregunta de "cómo será el futuro" se hizo frecuente. Las respuestas han pasado de una ciencia ficción que hoy nos produce sensaciones encontradas (por ejemplo, cuando leemos las proyecciones que se hacían sobre la vida en el siglo XXI), a una agobiante avalancha de información que muchas veces nos deja en una estado de inacción o frustración.

La crisis climática que enfrentamos ha impulsado un esfuerzo sin precedentes de la comunidad científica. Este esfuerzo nos entrega día a día una imagen cada vez más definida de cómo será el futuro, sobre todo, si no tomamos el cambio climático en serio. En el plazo de unas pocas generaciones podemos afectar gravemente las condiciones de sustentabilidad de los nietos de nuestros nietos.

Aquí surge la Antártica como una luz, una luz en su doble sentido de claridad para entender mejor la situación en la que estamos y en el sentido de esperanza, de poder vivenciar cada temporada en el Continente Blanco un modo de existencia y colaboración ejemplar, del que toda la comunidad científica y antártica puede estar muy orgullosa.

Ya no hay duda de que el paisaje que conforman nuestros hielos de montaña, campos de hielo australes y antárticos ha estado cambiando. Las altas latitudes, es decir, las ubicadas cada vez más lejos de la cintura del planeta -el Ecuador- han venido manifestando con creciente intensidad los efectos del calentamiento global, tanto que existe amplio consenso entre los científicos en asegurar que los gases de efecto invernadero han aumentado tanto que el planeta experimenta temperaturas promedio que nunca nuestra especie Homo sapiens, había experimentado en sus 350.000 años de tránsito en la Tierra. Ha existido, por cierto, mucho cuidado del mundo científico de acotar el lenguaje hacia la moderación, para no caer en la trampa apocalíptica. Pero la realidad supera a la ficción.

Hace unos días la UNFCCC o Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, conocida como COP28, desarrollada en los Emiratos Árabes Unidos, recibió una alarma importante y un concepto, repetido incesantemente desde las Cumbre de Río de 1992 y la COP1 de Berlín en 1995, ha cobrado una relevancia enorme: el "punto de inflexión". Ya no solo es imperativo comprender que el aumento de gases de efecto invernadero está provocando directamente el aumento de las temperaturas globales, sino que existen umbrales, hitos de ese incremento que no debemos pasar, pues son puntos de no retorno. En pocas palabras, el aumento de los gases de efecto invernadero de origen antrópico, fundamentalmente desde el comienzo de la revolución industrial han incrementado tanto la temperatura del planeta que importantes rasgos de nuestro mundo, como sus hielos "eternos", pasarán por un punto en donde ya no se podrán recuperar.

Con aproximadamente 1,2ºC de calentamiento global en comparación con los niveles preindustriales, nos estamos acercando peligrosamente a los umbrales de temperatura de algunos puntos de inflexión importantes para los hielos de Groenlandia y de la Antártica Occidental, elemento principal de nuestro Territorio Chileno Antártico. Cruzarlos supondría un inevitable aumento a largo plazo del nivel del mar de hasta 10 metros.

Estos cambios están teniendo repercusiones de gran alcance tanto para los ecosistemas como para los seres humanos, amenazando los medios de subsistencia de millones de personas, y serán más graves cuanto más avance el calentamiento global.

Este año culmina con un triste récord de desastres climáticos y pérdida de hielo. La crecida de un lago glacial devastó Sikkim en la India, mientras los glaciares suizos perdieron el 10% del hielo que les quedaba en sólo dos años y en Groenlandia se producía el segundo deshielo superficial más alto de la historia. En nuestro hemisferio, la península Antártica experimentó nuevos episodios de calor extremo y deshielos superficiales récord los veranos de 2022 y 2023, contribuyendo a la alarmante serie de episodios de calor extremo sobre esta región que muestran un calentamiento más fuerte en comparación con el resto de la Antártica. Intensos ríos atmosféricos trajeron calor y precipitaciones anómalos, mientras que la intensificación del efecto Foehn, produjo incremento de temperatura al nororiente de la península Antártica, provocando récords en la pérdida de hielo marino.

Ninguno de estos trágicos acontecimientos sorprendió a la comunidad científica. La ambición de regular las emisiones de gases de efecto invernadero expresada en la COP21 de París en 2015, ha chocado con la rampante realidad: terminaremos el año 2023 con una concentración de CO2 atmosférico de más de 420 ppm, alcanzando el 50% por encima de los niveles preindustriales, siendo el mayor nivel de los últimos 3 millones de años, provocando que este año sea considerado, muy probablemente, el más cálido de la historia humana.

Un reciente estudio de marzo de este año demostró que la circulación oceánica se había ralentizado hasta 20% desde la década de 1970. Más tarde en mayo, otra publicación descubrió que el flujo de agua abisal se ralentizó casi 30% entre 1992 y 2017. Los modelos climáticos tradicionales habían pronosticado que la circulación podría ralentizarse, pero no en escala anual. Los nuevos datos indican que una amenaza que se creía lejana ya ha llegado. Es probable que una de las causas principales sea el aumento de agua dulce procedente del deshielo de la Antártica, que hace que las aguas circundantes sean más frescas y menos propensas a hundirse.

Antártica, considerado el corazón palpitante del planeta, se hace rodear por la más potente corriente marina del mundo, la Circumpolar Antártica. Dicha corriente se extiende e interactúa con casi la totalidad de los mares del mundo, regulando procesos en las más remotas regiones del planeta. De esta manera, la frase que con tanta energía capturó el secretario general de la ONU en su reciente visita a la Antártica con el Presidente Boric, toma una mayor relevancia. Por cierto, la frase era: "Lo que pasa en la Antártica, no se queda en la Antártica".

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