El mes de la patria es un momento apropiado para reflexionar sobre estos conceptos, en especial el de democracia, que debe ir acompañado de los otros dos. Desde hace muchos años que impugno una democracia que se reduce al solitario y único acto de hacer una raya en un papel para marcar una preferencia, que no es ni más ni menos que otorgar un cheque en blanco a determinados personajes, puesto que los votantes en la práctica no contamos con mayores facultades, ni tampoco ganas, de fiscalización a quienes son honorables por decreto.
Una figura así, más que democracia, es una parodia de la misma: Un engaño auspiciado por quienes buscan repartirse el poder, y un autoengaño por parte de electores que no desean incomodarse involucrándose en el quehacer ciudadano, sino delegar todo en determinados representantes.
Esta democracia del voto, individualista, es en realidad su propia negación, en cuanto permite el surgimiento de determinadas élites encargadas de gobernar. En breve: Es una oligarquía disfrazada de democracia. Para que sea una democracia real debe contar necesariamente con las notas de ciudadanía y civilidad.
En primer lugar, ha de ser verdadera y efectivamente participativa. Esto es lo que se quiere decir con la noción de ciudadanía. Lo que implica dos aspectos complementarios. Por una parte, que se den canales de participación y, por otra, que exista la voluntad de participar, de abandonar el cómodo quietismo e involucrarse activamente en los procesos que sean necesarios. En segundo lugar, el ejercicio de la ciudadanía ha de ser cívico, es decir, en un ambiente de respeto y consideración hacia los demás. En un clima de amistad cívica en el que ser adversarios no es, ni puede llegar a convertirse nuevamente, en sinónimo de ser enemigos.
Un paso para ello es despertar de ciertas ilusiones románticas perniciosas, como la de la ausencia de conflictos. Los conflictos no pueden desaparecer porque forman parte de la existencia humana, la que se caracteriza por diversas interpretaciones legítimas de la realidad. Entonces, de lo que se trata es de aprender a manejar los conflictos para llegar a acuerdos en busca del bien común.
Tal búsqueda supone el ir desterrando el individualismo, que tanto daño ha producido, e ir recomponiendo el tejido social, el sentido de comunidad. Un Chile donde no sólo haya espacio para todos, sino que todos participemos en la construcción de ese espacio.
Mi impugnación inicial a base de la simple observación y análisis ha encontrado fundamento teórico y práctico en al menos dos grandes figuras que en este mes patrio quisiera relevar. Una de ellas es el destacado historiador Gabriel Salazar, uno de los pioneros en hacer "historia desde abajo y desde dentro", desde los invisibilizados que, como tales, no aparecen en la historia tradicional, esa que ha sido escrita por los vencedores. Él critica la democracia del voto individual y plantea como alternativa recuperar una ciudadanía soberana, que participe en la toma de decisiones por medio de cabildos.
Y a propósito de cabildos, hago mención de la otra figura eminente, el médico y político penquista Edgardo Condeza, quien ha sido un paladín en la promoción de la participación de las comunidades en asuntos públicos, un luchador por la justicia y la paz social mediante la no-violencia activa.
Ambos plantean que, por ejemplo, si las autoridades por nosotros elegidas no cumplen el mandato encomendado, hacen mal su trabajo y/o se corrompen, se les revoque la autoridad concedida. En otras palabras, adiós cheque en blanco.
Concluyo con una mirada esperanzadora basada en la realidad, pues con el pasar de los años, veo que se ha ido reconstruyendo el tejido y compromiso social con el surgimiento de diversos movimientos que apuntan a la recuperación de una ciudadanía verdaderamente soberana.
Necesitamos bajar los niveles de crispación y utilizar ese rasgo nacional del que tanto nos enorgullecemos: nuestra "chispeza", nuestro ingenio, pero no para la tan acostumbrada pillería, sino para combatirla, para encontrar los caminos de solución que este tiempo de crisis necesita con tanta premura. También se puede usar la astucia para el bien.
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