Ayer inauguró en la sala Chile del MNBA la grabadora Beatriz Leyton. Su última exposición en esa misma sala ocurrió hace unos cuatro años. Aquella vez eran espacios residenciales configurados por miles de alfileres de cabezas nacaradas.
Hoy el mismo motivo pero esta vez resueltos con tejidos hecho a palillos y sobre ellos impresiones digitales con los que se recrean objetos domésticos , perspectivas costeras y un conjunto de resoluciones que la aproximan a la recreación de espacios arquitectónicos.
La ausencia de lo humano es, sin duda, sintomático, están las cosas, el mobiliario, las plantas de interior, camas; recreaciones de diversas habitaciones pero lo que brilla por su ausencias son los residentes. No es un guiño a Hopper, pues en su imaginario pictórico son las soledades humanas las que comparecen; tampoco es la soledad metafísica de Chirico, allí son los espacios públicos los que se nos ofrecen en su descampado.
La soledad domiciliaria que Beatriz Leyton hace comparecer es la de aquellas residencias que se vuelven a su quietud cuando todos sus moradores se des-domicilian para ir a sus trabajos o lugares de estudio o, simplemente, salir un rato a tomar aire o quizás para sumarse a los colectivos que hoy se toman los espacios públicos para darle una nueva orientación a la vida.
La acerada soledad de los domicilios recreados por la artista no son inquietantes, tienen la parquedad de las cosas en suspensión, una extraña inhospitalidad los recorren y, paradojalmente, producen cercanía. Ello resulta así por la tensión entre la calidez que genera la trama-soporte hecha de lana y la impresión digital que soporta.
La urdiembre creativa centrada en el oikos que nos propone la artista nos habla de esa doble domicialidad de lo humano: seres domiciliados y seres callejeros.
El filósofo Humberto Giannini, nos diría que Odiseo y Penélope son uno, digamos que los dos aventuran de distinto modo, uno, desde el extravío, Odiseo y la otra desde la desbordada imaginación de la espera. Recordemos que es la caverna el espacio de la ficcionalización del mundo, de eso que está afuera. Los objetos a la mano del domicilio tienen esa extraña condición de ser parte de nuestra corporalidad externalizada, nos movemos como en lo propio, vivimos en medio de ellos, en su silencio pero con toda nuestra historicidad a cuestas.
Visitar la muestra de Beatriz Leyton en el público espacio del MNBA es una inmersión en lo privado para acompañar la profunda soledad de las cosas.
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