Un rayado en la parte exterior del metro Irarrázaval en Santiago me llamó la atención por su pesimismo crítico: “Otro fin del mundo es posible”. Simplemente pensar en quien lo escribió, qué lo movió a plasmar en el espacio público tal idea, en medio de tanto entusiasmo social. La frase es la contraparte del optimismo con el que iniciamos el milenio bajo el lema “Otro mundo es posible” que los movimientos alternativos levantaron frente a la hegemonía neoliberal representada por los encuentros de Davos, donde las grandes potencias y los ultra-ricos definían la suerte del resto del planeta.
Poco queda ya de esa energía positiva y algo naif que nos hizo pensar que el mundo aguantaba otra vuelta de tuerca. No nos queda otra cosa que admitir que tras esa idea del fin hay algo irremediable. Quizás si fuera “otro fin de mundo es posible”, daría lugar a la idea de mundos plurales y a plurales finales.
En medio de tanto escrito callejero, afiches y murales que algunos intentan borrar con premura, el rayado callejero en cuestión sigue en pie y nadie, hasta ahora, se ha atrevido a escribir otra cosa o, simplemente, borrarlo.
No es un escrito cualquiera, probablemente la pluma (brochazo) ha salido de una mente bien informada. El libro Une autre fin du monde est posible, de Pablo Servigne y otros, puede ser la referencia más directa a lo que intentamos compartir.
Se trata de “colapsonautas” que intentan pensar sobre la antropósfera, la herencia geológica que estamos obsequiando al planeta que no es otra cosa que basura. Si el fin es tan inminente, ¿cómo llegar a el, al menos, con cierta grandeza?
La pregunta es qué nos dice a nosotros en medio de un proceso de transformaciones (tan relevantes luego de llamado “estallido social”), a nuestro destino como país, una afirmación como ésta.
Podría ser leída como una enunciación nihilista que busca atenuar nuestro horizonte de esperanzas.
O, bien como un llamado a asumir que el fin está cerca, donde la pregunta es cómo llegamos a él pues, como dice aquella canción, “hay que saber llegar”. Late en ella algo irremediable y la diferencia es una cuestión de matices. La pregunta que se nos plantea es si se trata del fin del mundo como realización o simplemente como término. Queremos entender que ese otro fin, el deseable, carga con una buena dosis de realización.
Nuestra prioridad es hoy darnos una nueva Constitución de gestación democrática, que entre otras importantes regulaciones nos permita construir un proyecto racional y razonable que cautele y potencie el porvenir de la biósfera, para con ello hacer el máximo esfuerzo por reversar frente al desastre ecológico.
Si la hecatombe se avecina, al menos podemos llegar a ella más o menos íntegros como ciudadanos. Cada uno de nosotros deberá preguntarse cuánto hizo para revertir la catástrofe y cuánto aportó para cambiar las cosas en bien de atenuar la destrucción. Al menos vivenciar el final con la conciencia tranquila.
Se nos decía que es más fácil hoy imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, sin duda que aquella afirmación no hace más que reducir el umbral de la imaginación. Estamos llamados a revolucionar nuestra propia idea de humano aniquilando esta idea de “máquina de consumo ilimitado” con la que hemos identificado a lo humano, con sus desastrosas consecuencias para el planeta, y con ello romper el cerco de un modelo agotado.
Abrirnos a pensar una nueva relación entre nosotros y la naturaleza en términos co-evolutivos podría ralentizar el fin para dotarlo de mayores grados de realización.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado