La preparación de un taller sobre lenguaje inclusivo me ha llevado a empaparme de las posiciones de quienes defienden y quienes critican su uso. He leído columnas, posteos en redes sociales, materiales audiovisuales, inclusive he leído los intercambios que la RAE (Real Academia Española) ha tenido en twitter en consultas vinculadas con el uso de la barra (o/a), la X, el @ y la famosa “e”. Las tensiones entre lo nuevo y lo viejo no son novedosas ni llaman demasiado mi atención.
Sí me interesa más centrarme en cómo este tema divide aguas inclusive dentro de los colectivos que se supone se ven visibilizados y representados, finalmente quienes serían beneficiados por estos giros lingüísticos, por ejemplo, las mujeres y las personas de la comunidad LGBTI+. Quisiera compartir una revisión (aclaro que 100% anecdótica) de dos argumentos frecuentes y en los cuales quisiera detenerme.
Al parecer las conversaciones sobre lenguaje inclusivo suscitan, inclusive en las personas para nada cercanas a la lingüística o a las letras, fuertes pasiones en tanto guardianes de las buenas formas y del “buen español”. Que se destruye el idioma, que esto ya es cualquier cosa, que si nombramos todos los grupos potencialmente excluidos nunca terminaremos de hablar, y así defienden más la idea de economía del lenguaje que la propia RAE.
Que las palabras tienen poder para nombrar, crear y transformar la realidad lo sabemos. Por eso el movimiento feminista luchó por la incorporación de la palabra “femicidio”, una palabra que tuvo un decisivo impacto en la generación de políticas públicas, en la forma en la cual los medios de comunicación informan sobre este tipo de violencias y sobre todo en la incorporación en el imaginario social, en el sentido común, que con frecuencia a las mujeres nos matan solo por ser mujeres, que nuestros peores peligros están en nuestro hogar y provienen de nuestros seres más cercanos.
La palabra femicidio, burlada en su momento como una palabra “inventada”, ninguneada como un exceso de detallismo, innecesaria, impactó de manera decisiva en la visibilización de una problemática de género muy específica y cuestionó la nefasta referencia a estos hechos como crímenes pasionales. Permitió que el entendimiento que los movimientos feministas tenían de la violencia de género como problemática específica permeara a la sociedad entera. ¿Es esto solo un detalle?
Por otro lado, hay una pugna por el verdadero activismo. Se dice que hay focos de lucha más importantes, que detenerse en el lenguaje es un detalle que no hace a los cambios.
Lo que está en juego no es la e, ni la x, ni el @, lo que está en juego es la dimensión política de quién o quiénes tienen el poder para nombrar y para definir qué es importante.
Como mujer, otras personas me han señalado que el uso de - y cito a modo de ejemplo - ciudadanos y ciudadanas no es necesario y luego te explican las reglas gramaticales (como si una no las conociera desde antes).
Algunas mujeres me han dicho que, por detenernos en tonteras como estas, es que las reivindicaciones feministas pierden legitimidad.
Personas cisgénero no tienen reparos en decirles a las personas trans que el uso de la “e” y los pronombres sin marcador de género no son necesarios. ¿Acaso no sabemos que el masculino genérico ya nos incluye?
Nadie supone que la incorporación del lenguaje inclusivo (con o sin la bendición de la RAE) sea la última de las luchas y que con su logro las inequidades desaparecerán.
Ninguna demanda específica del activismo resuelve de por sí las condiciones estructurales de dominación de ciertos grupos hegemónicos por sobre otros. Como un tapiz con múltiples hilos, mientras unos se aflojan otros se tensionan y el abordaje sistémico y sistemático se hace imprescindible.
Lo que definitivamente no es novedoso es el ninguneo y la descalificación que el status quo aplica sobre quienes quieren avanzar en este y otros debates. Lo que no es novedoso es que una vez más se deslegitime nuestra experiencia en el mundo.
No deja de impactarme la liviandad con la cual desde el lado de los privilegios se sentencian las propuestas del lenguaje inclusivo como superfluas, como detalles, como inventos innecesarios.
El lenguaje le da forma a la manera en que pensamos el mundo. El debate por el lenguaje inclusivo no es un asunto lingüístico, es un asunto político. Y las tremendas resistencias que genera no se deben al apego de los grupos hegemónicos a las buenas formas de la lengua, se debe al apego que tienen al poder.
Ojalá la indignación frente a las deformaciones del lenguaje fuese la misma que frente a la discriminación y exclusión.
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