Durante los últimos 20 años, unos 12 mil niños palestinos han sido detenidos y encarcelados por las fuerzas israelíes de la Cisjordania ocupada, muchos de ellos tienen tan solo entre seis y siete años, según datos de la UNICEF.
Desde cualquier punto del conflicto en el que uno se sitúe, estamos de acuerdo en que niños y niñas no deberían ser sometidos a estas experiencias traumáticas. Diversos organismos de derechos humanos internacionales han documentado y respaldado con denuncias y testimonios, las acusaciones por la gran cantidad de niños palestinos que son procesados en los tribunales militares año a año.
Los menores en los territorios ocupados viven bajo el asedio militar permanente, sufren graves problemas de alimentación, sus escuelas fueron destruidas y muchos de ellos han visto morir a sus padres y familiares.
El Centro Palestino para la Defensa de los detenidos reveló que “más de dos mil niños, entre ellos algunos de 12 años, han sido acusados de infracciones contra la seguridad entre 2005 y 2009, detenidos sin cargos por un periodo superior a ocho días y llevados ante tribunales militares”. Y así, innumerables organizaciones han alertado sobre esta dramática situación, pero el panorama parece no cambiar.
Las consecuencias de esta barbarie no solo son inmediatas. Los niños están sometidos a dolor físico y psicológico, pero además, las detenciones tienen efectos traumáticos a largo plazo en el bienestar del menor.
Informes reflejan estrés pos raumático, insomnio, orinar en la cama, miedo a salir de la casa, ataques de ansiedad y pesadillas. Además, desde el 2015, los niños acusados de arrojar piedras durante las protestas, acto considerado sumamente grave por las fuerzas militares, pueden ser condenados hasta 20 años de cárcel y el gobierno puede suspender los pagos de asistencia social a su familia.
Más allá del conflicto, al cual hasta hoy no se le ve una salida clara, sí deberíamos ser capaces, como humanidad, de poder salvaguardar a quienes son probablemente los más inocentes y víctimas de esta violencia desatada, los niños.
¿Acaso es importante el que un niño sea israelí o palestino? ¿las creencias religiosas o las diferencias étnicas inciden realmente en la importancia de la protección de la infancia?
En el rol social que me toca desempeñar como representante local de una comuna rural, no encuentro aún un argumento que justifique tales atrocidades en contra de quienes no se pueden defender, quebrantando, a través del abuso de poder, una de las etapas más esenciales para la persona humana, la niñez.
Estoy convencida que mucho habla de quienes somos el cómo tratamos a nuestros semejantes que son más debiles y humildes; los niños y ancianos son extremadamente vulnerables y necesitan un cuidado y preocupación mayor. Esta situación no es exclusiva de las autoridades internacionales, es deber de una sociedad y sus ciudadanos el velar porque existan pisos mínimos de acuerdos.
En Chile no vivimos una guerra como la que conviven palestinos e israelíes, no obstante, tenemos un serio problema respecto de nuestros niños en el SENAME, donde también son abusados y donde también se están muriendo.
Lo anterior da cuenta de que el problema no es étnico ni religioso, sino que de voluntad, amor, preocupación y compasión. Si salvamos un niño, finalmente, nos salvamos también a nosotros.
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