Según las últimas cifras entregadas por el INE para el trimestre mayo-junio, solo el 5% de la población laboral el Chile tiene en la actualidad teletrabajo. Este número ha venido en descenso luego de que la pandemia hiciera aumentar rápidamente las personas que realizaban sus labores desde sus hogares. En agosto del año 2020 se llegó a 20,3%, pero el paulatino retorno de las personas a las actividades presenciales ha hecho bajar el guarismo.
Sin embargo, en el primer mundo el teletrabajo no solo es mayor porcentualmente, sino que está asentado desde antes de la pandemia del Covid-19. Este fenómeno, conocido como The great resignation(1), ha hecho que muchos profesionales en el mundo estén renunciando a sus trabajos para dedicarse a labores independiente desde sus hogares o bien para aceptar empleos donde les ofrecen la modalidad de teletrabajo o una labor hibrida.
Es por ello que las organizaciones deben adelantarse y lograr una buena adaptación a esta transformación en el modo en que se realiza y se conceptualiza el trabajo. La presencialidad ha sido por siglos la manera en que se ha organizado el trabajo en directa relación con la industrialización de la producción y la concentración de estas industrias en las ciudades. Ello hizo que enormes masas de personas migraran del campo a la ciudad con la finalidad de ocupar uno de esos puestos laborales que ofrecía esta nueva manera de entender la producción. Las personas de alguna manera abandonaron las labores en sus hogares para ir día a día a las nuevas fábricas. En cierto modo, el trabajo desde el hogar es anterior al trabajo presencial pues la economía basada en la artesanía y en la producción agrícola en pequeñas chacras se realizaba en las mismas viviendas de los pequeños comerciantes o campesinos (ya sea como propietarios o inquilinos).
Pero la revolución industrial y su producción en serie concentraron la producción en pequeñas zonas y en enormes plantas llamadas industrias. De este modo, la realidad del trabajo permaneció inmutable por siglos toda vez que la única manera de realizar el trabajo era en las dependencias de la industria, pues era ahí donde estaban los medios para la producción (maquinarias, insumos). No es posible imaginar un obrero de la línea de producción de Henry Ford teletrabajando. Sin embargo, con el desarrollo de la sociedad del conocimiento -en donde la verdadera creación de valor del trabajo está en el conocimiento y no en la producción física (cada vez es más a cargo de la robótica)-, la necesidad de recorrer enormes distancias para ir del hogar al trabajo fue lentamente perdiendo sentido, como ocurre con todos los discursos que en algún momento se instauran. Esta degradación del discurso del trabajo presencial sufre otro duro golpe con el rápido y vertiginoso desarrollo de la tecnología de la información, especialmente el internet que en solo dos décadas crea nuevas maneras de relacionarnos socialmente ya sea para nuestras relaciones íntimas, como para nuestras operaciones bancarias.
En este contexto, en donde lo central es el manejo del conocimiento (disponible en las personas y no en las oficinas de la fábrica) y de las herramientas de la informática, la presencialidad se torna simplemente un sinsentido. Cuántas veces los trabajadores y trabajadoras necesitan más de una hora de traslado en medio de la congestión urbana, generando contaminación y huella de carbono, consumiendo combustibles, para llegar a una oficina donde usará un notebook conectado a internet, procesará la información que está en drive compartido y después de hacerlo, enviará un informe por correo electrónico al jefe que está en la oficina del lado. Quizá deba presentar esa información y lo hará en una reunión que se realizará por Zoom.
La pandemia le dio el golpe final a esta realidad, pues la imposibilidad de reunirse debido a razones sanitarias, pero al mismo tiempo la urgencia de mantener activas a las organizaciones, nos hizo confirmar que ir físicamente a la oficina era en la mayoría de los casos no indispensable. Es verdad que no todas las labores pueden realizarse desde un lugar remoto, pero también es verdad que las labores tele trabajables son probablemente más de las que imaginamos. Las organizaciones deben estar preparadas pues si bien son muchas las ventajas, también existen inconvenientes que están dados por la adaptación a esta nueva forma de trabajar. Así, debemos preocuparnos de los y las trabajadoras, pero también de las jefaturas pues la supervisión adquiere otro sentido, otros objetivos y otras acciones.
También debemos prestar atención al estrés que puede implicar en los teletrabajadores la adaptación a esta nueva forma de entender el trabajo, administrar sus tiempos, sus metas y sus desempeños. Las habilidades involucradas son de especial atención para detectar, evaluar y desarrollar, tales como el pensamiento estratégico, la autodisciplina, la autonomía, la tolerancia al trabajo en solitario, etc. De este modo, podemos entender que existen no solo labores teletrabajables, sino que hay personas aptas para ello. Se abre un enorme campo para el cual los centros de investigación y las universidades deben aportar con conocimientos, estudios y recomendaciones. Lo peor es adoptar la famosa actitud del avestruz, pues independiente que no queramos mirarlo, el teletrabajo será una realidad masiva en un plazo más corto del que podemos imaginar y es una práctica que se avanzó en pandemia, de la cual debemos sacar aprendizajes como sociedad.
(1) El teletrabajo no irá a ninguna parte en el 2022 ¿Cómo lo estás implementando?
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