Con cierta frecuencia podremos detectar y reconocer que los encuentros entre las personas son complejos y profundos. Cada individuo trae consigo un bagaje de experiencias, historias y aprendizajes, matizado con sus rasgos de personalidad y afectividad, que moldean su presente. También habremos notado que muchas veces, por una especie de protección, tendemos a proyectar una imagen de nosotros mismos que puede distorsionar la comunicación y la conexión con los demás. Pero, pienso que con ello se consigue un efecto contrario y contradictorio, pues si lo que se pretende es generar una posibilidad de encuentro como una instancia de comunicación en base al respeto por dicho encuentro, instalar este tipo de imágenes impiden dicha posibilidad, lo que refuerza un no encuentro.
En un contexto educativo, esta idea fenomenológica se vuelve aún más relevante. Las interacciones interpersonales entre individuos inciden en los procesos de enseñanza y aprendizaje, pudiendo propiciar un diálogo abierto y respetuoso. Al valorar las diferencias y fomentar la expresión auténtica, se propicia un ambiente para el crecimiento personal y la construcción de una sociedad más inclusiva.
Así, resulta fundamental promover en nuestras aulas, dinámicas que propicien el respeto, la apertura al diálogo y la reflexión en nuestros estudiantes, como medio para abordar fenómenos diversos que permean la cotidianidad y la sociedad. A través del fluir de ideas, del aprendizaje cooperativo y social, junto a la valoración mutua, se abre la posibilidad de un camino a celebrar los logros de un otro que llega a un encuentro, construir una reputación positiva para cada persona y brindar apoyo y estímulo a quienes nos rodean, elementos claves para un entorno solidario y respetuoso.
Y es que las interacciones interpersonales basadas en el respeto son fundamentales en las relaciones humanas, ya que establecen un ambiente de confianza y comprensión mutua. Cuando las personas se relacionan desde el respeto, se crea un espacio donde cada individuo se siente valorado y escuchado. El respeto implica reconocer la dignidad y los derechos de los demás, independientes de sus diferencias. Se trata de aceptar a las personas tal y como son, sin juzgar ni discriminar. Esta actitud de apertura y tolerancia fomenta la empatía y la solidaridad entre los individuos que llegan al encuentro, junto con promover relaciones saludables y enriquecedoras. Por esto es que la interacción vincular basada en el respeto es esencial para construir relaciones significativas y armoniosas.
Cuando las personas se relacionan desde esta posición, se fortalece la conexión emocional, se fomenta la cooperación y se promueve un ambiente de armonía y entendimiento, elementos -a mi juicio- necesarios para avanzar en el camino de los ajustes metodológicos, de las discusiones curriculares y de los cambios de paradigmas en que se sostienen los contextos educativos, propiciando una construcción común de la realidad.
Y es que desde estas multicondiciones con las que llegamos al encuentro, no tenemos acceso a una misma realidad, sino a un modelo mental del mundo, diseñado desde que somos pequeños, para que la manera de convivir con los demás sea la adecuada. Por esto, la realidad del otro es tan real como la de uno. Así, en la medida que la experiencia de quienes llegan al encuentro sea más compartida con un otro, las posibilidades que ese mundo -que nace ante la mirada- de quienes llegan a dicho encuentro, sea vista de la misma forma, es más alta, por lo tanto, existe una posibilidad de pensar de manera más similar en el respeto al encuentro.
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