Para aprender, el cerebro necesita emocionarse

¿Qué factor incide en que un niño o niña aprenda? ¿Qué es lo que se requiere para que lo aprendido sea aplicado como base de otros conocimientos y perdure en el tiempo? Muchas veces hemos escuchado que es mejor aprender haciendo, pero, me permito agregar, que ese hacer, además, debe acompañarse de un vínculo positivo con quien enseña para que ese aprendizaje resulte efectivo.

En la actualidad, la comunidad científica y educativa global han logrado un consenso: ambas tienen claro que lo fundamental en el desarrollo del individuo es la educación inicial.

Los primeros años constituyen una etapa decisiva y privilegiada de la vida, pues como ninguna otra ofrece múltiples “ventanas de oportunidades” por la plasticidad cerebral de ese período y el “cableado neuronal” que en ella es posible realizar.

Allí es cuando se da todo el potencial en niños y niñas en las áreas afectiva, motriz, cognitiva y en la capacidad para seguir aprendiendo. Y es que la educación inicial sienta las bases de los conocimientos que se instalarán en los siguientes niveles.

Ahora bien, tan crucial como la Educación Parvularia, las interacciones que se den en el jardín infantil resultan también fundamentales en el aprendizaje, pues cuando éstas son de calidad pueden producir efectos a largo plazo que beneficiarán el futuro de los niños.

Las interacciones, es decir, aquella relación o vínculo humano que se da al interior de las unidades educativas, son fundamentales en tanto dan fluidez a la comunicación entre el educador y el párvulo, permitiendo el estímulo, la guía y el acompañamiento de los niños en un diálogo hermoso en el que no sólo ellos aprenden, sino que el adulto mediador también se nutre y desafía con buenas preguntas, diferentes intereses y con la permanente y natural curiosidad infantil.

Las interacciones así facilitan el aprendizaje. ¿Quién no se acuerda de ese educador que nos ayudó a observar el mundo con una nueva perspectiva, que nos alentó a descubrir, ese que justamente sabía qué pasaba con uno, que conocía nuestros anhelos y se preocupaba de lo que queríamos?

Ese lazo humano marca gran parte del aprendizaje de calidad, pues cuando es positivo, denota confianza, es respetuoso de la persona y de sus ritmos individuales, involucra sentimiento y el gusto por educar, proyecta conocimientos que se estampan en quien aprende como una experiencia grata que favorece los aprendizajes.

Chile tiene una historia consistente en educación de párvulos pues ésta nace en el país atendiendo las necesidades de los niños.

En este sentido, ha sido fiel a lo que los niños son protagonistas de sus aprendizajes, dueños de un ritmo propio, con diversas inquietudes, en definitiva, un pequeño gran mundo individual con intereses y requerimientos de los que la educación inicial se hace cargo planificando - y replanificando, si es necesario - en virtud de niños que aprenden jugando, creando, imaginando, participando.

Cada dibujo, cada observación, cada buena pregunta hecha, cada desafío presentado al educador, son parte del proceso de desarrollo de ambos.

Las interacciones condicionan un buen escenario para aprender y constituyen lo que en educación inicial se mide para evaluar si dicha educación es de calidad.

Las investigaciones realizadas en esta etapa señalan que lo que corresponde a ambientes de aprendizaje en Chile está bien logrado, es decir, existe apoyo o soporte emocional y hay organización del aula.

Explicado con ejemplos, esto se refiere a que las aulas en general poseen un clima positivo, la educadora es sensible a las necesidades de niños y niñas, se preocupa de su perspectiva, da espacios y los aprovecha pedagógicamente, los párvulos se sienten acogidos, existe una planificación, hay un ambiente productivo y distintos formatos o materiales para la enseñanza.

Sin embargo, en lo que respecta al apoyo pedagógico se está al debe. Vale decir, escasean más actividades que desarrollen el pensamiento, la adquisición de nuevos conceptos, el modelaje lingüístico y la calidad de la retroalimentación.

¿Qué es lo que hace falta entonces? Contar con ambientes de aprendizaje plenamente nutritivos y potenciar las interacciones ligadas a lo cognitivo: tener una planificación pedagógica flexible que permita la creatividad, desafiar el pensamiento y la capacidad de niños y niñas para hablar, discernir, discutir, realizar proyectos, comparar, evaluar, incorporar nuevas palabras.

Un niño pequeño tiene a nivel de neuronas un universo de estrellas, es decir, una múltiple e infinita plasticidad a nivel cerebral que, de estimularse, desplegará todo su potencial.

Los educadores y adultos mediadores deberán formar una sensibilidad educativa y garantizar que las primeras experiencias de aprendizaje sienten las bases de los aprendizajes futuros, mediante un intercambio de acciones verbales y no verbales que den cuenta de un respeto mutuo y de los tiempos propios del proceso de enseñanza, de un cariño por la labor docente, de la satisfacción por notar avance en los niños y en su desarrollo.

Los educadores deberán emocionar y emocionarse, pues desde la emoción, se aprende.

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