Posgrados, los olvidados de la Reforma

La ampliación de la cobertura en educación superior ha traído ventajas para los propios estudiantes, sus familias y el país en su conjunto, cuya masa crítica de profesionales ha aumentado significativamente los últimos decenios.

Sin embargo, esa nueva realidad ha producido un mercado laboral cada vez más competitivo y exigente. La especialización, ya sea mediante educación continua o por la obtención de un segundo grado académico, empieza a convertirse, más que en una opción, en un requisito para diferenciarse de otros profesionales y potenciar la carrera en la era del conocimiento.

Pese a ello, quienes cursan un posgrado en Chile todavía representan una minoría.

Según datos del Servicio de Información de Educación Superior (SIES), si los matriculados en pregrado en universidades chilenas en 2016 bordean el millón doscientos mil estudiantes, el ingreso a magísteres y doctorados fue menor a cincuenta mil; es decir, de la matrícula total para ese año, menos del 5% cursarían programas de pos grado.

Los motivos que explicarían este fenómeno, son diversos. Por un lado, se encuentran los costos económicos, con programas cuyos aranceles resultan elevados, a la par de una gran escasez y restricciones para acceder a becas estatales, en el caso de magíster, es casi una odisea conseguir una.

Asimismo, influyen las nuevas demandas de tiempo y energía que tiene el estudiante, con trabajos a jornada completa y una familia que, en muchas ocasiones, no existían cuando cursaba el pregrado.

Así las cosas, los magísteres parecen la alternativa más viable, considerando que el doctorado tiene una duración de cuatro años aproximadamente, exige dedicación exclusiva al programa y están destinados a quienes desean hacer carrera académica, es decir, desempeñarse como docentes e investigadores de su disciplina al interior de un plantel universitario.

Los magísteres en Chile se dividen en dos tipos: académico y profesional.

El primero tiene un cariz netamente científico, enfocado a la investigación disciplinar y la continuidad con el doctorado.

El segundo entrega competencias ligadas al desarrollo propio de la actividad profesional, con certificaciones tendientes a generar perspectivas más auspiciosas en el mercado laboral.

Los posgrados, asimismo, ayudan a la formación de redes profesionales. Los sociólogos denominan a eso capital social. En palabras de Pierre Bourdieu, se trata de los recursos vinculados a “la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuo".

Así, interactuar con otros profesionales, apoyarse con y en ellos, adquirir contactos y saber articularlos para el beneficio propio y de los demás actores, es algo que se da naturalmente en este tipo de programas.

La ganancia, empero, no es solo individual. La sociedad toda se beneficia cuando el capital humano avanzado se incrementa: se cuenta con profesionales que agregan mayor valor a sus tareas, lo que significa, en términos simples, aumento de la productividad.

El punto es particularmente sensible para nuestra economía. De acuerdo a lo indicado por la Comisión Nacional de Productividad, Chile no ha podido mejorar su eficiencia ni procesos por quince años, con empresas estancadas en su capacidad productiva.

Con todo, resulta urgente armonizar el énfasis en educación técnica y universitaria de pregrado, con políticas que fomenten el ingreso a programas de posgrados.

En un contexto de cambio tecnológico, de automatización de procesos, de mecanización de las actividades productivas, magísteres y doctorados permiten que los cuadros profesionales alcancen trayectorias laborales satisfactorias y eleven nuestros magros indicadores de productividad.

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