Esta es una cruel y traicionera enfermedad

Mientras nos preparábamos para intervenir, para continuar retejiendo con palillos quirúrgicos el frágil manto que nos cubre y nos defiende, vimos una cara que traducía dolor e de impotencia. Salía de un pabellón vecino, ahora convertido en sala de intensivo.

Lucharon hora por hora, minuto a minuto y no lo lograron. La vida de su paciente se escapó entre los dedos. Era sano, tenía sólo cincuenta y algo. Hicieron todo lo que la inteligencia, la experiencia y la pasión les empujó a hacer y no lo consiguieron. El maldito virus destruyó sus órganos.

Tenía sólo cincuenta y tantos. Alguna vez dije "tengo sólo cincuenta y cinco". Volví a empezar y la vida me regaló dieciocho más que él ya no tendrá. Duele, comparto el dolor y la impotencia de su equipo. Los que ya estamos lejos en el camino de la vida no podemos evitar imaginarnos en una situación semejante.

Nosotros tratamos también pacientes graves en extremo, que requieren de los mismos complejos y sofisticados equipos y el conocimiento y la experiencia de un arco de profesionales semejante para sostener la vida, mientras, paso a paso, como laboriosos artesanos avanzamos en la reconstrucción del manto que la preserva.

Son graves, recorren un camino plagado de complicaciones. Pero con todo, ha llegado a ser un camino relativamente conocido, cada vez con menos sorpresas, anticipable. Aunque ahora se ha sumado este virus.

Los nuestros mantienen el contacto con sus seres queridos, con su familia. Incluso en el último momento. Este virus te condena a la soledad. Quedas solo, acompañado sólo por la humanidad y el profesionalismo del equipo tratante, que no necesita demostrar su afecto. Pone la vida en juego en el empeño.

Este virus es traicionero y recién venimos conociéndolo.

En medio de este mundo distinto, en que cada instante cuenta, asistimos a la preocupación por ubicar la familia, por informar de buena manera la desgracia. Aunque, sabemos, la buena manera no existe.

Avanzó por el pasillo la caja mortuoria cerrada. Hay que seguir conteniendo, arrinconando el virus.

Un poco después avanzó la cama de nuestro paciente camino del quirófano. Tenemos que contener la tristeza, la procesaremos más tarde, ahora hay que continuar la tarea.

Mirado desde aquí las conductas de afuera se ven irresponsables, los debates y descalificaciones, mezquinos, carentes de generosidad, faltos de humanidad. Centrados en el yo, olvidados, o aún, a costa del nosotros.

Tal vez este drama consiga que se cambie. Tratemos que las vidas perdidas signifiquen algo más que el dolor solitario de la pérdida.

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