El 14 de mayo pasado festejamos el 76 aniversario de la independencia de Israel, un aniversario diferente, sin duda, pues la alegría de un nuevo año para el Estado de Israel se ha visto empañada por el baño de sangre y terror que dejó la despiadada invasión de Hamas.
Han transcurrido 8 meses desde la masacre del 7 de octubre, que dejó 1.300 civiles muertos, 250 personas secuestradas -130 aún cautivas-, y condenada por gran parte del mundo civilizado. No obstante, algunos han mantenido un silencio cómplice y cobarde, incluso clamando por el cese inmediato de los ataques israelíes, no así por el cese de lanzamiento de misiles desde Gaza, olvidando cómo se inició este conflicto e ignorando que aún hay niños, madres y hombres secuestrados, muchos quizás ya asesinados a manos de los infames terroristas de Hamas.
Para asombro de muchos, hubo gente que calló, que no sólo no condenó el ataque y la masacre de civiles inocentes, niñas y mujeres salvajemente agredidas, física y sexualmente, sino que se llegó al extremo de justificar la matanza y el baño de sangre que dejó Hamas. Sí, no se sorprendan, hubo gente que invocando el sufrimiento del pueblo palestino justificó y reivindicó el secuestro, las violaciones y los vejámenes cometidos por los terroristas.
A modo de ejemplo, dos días después de la masacre, en un periódico de circulación nacional, un simpatizante de la causa palestina publicó una carta en la que no sólo no condenaba el ataque y el asesinato de civiles inocentes, sino que vociferaba contra Israel y lamentaba que la comunidad internacional condenara y estigmatizara a los palestinos por una "reacción violenta" ante tanto sufrimiento. Ese fue el apelativo utilizado por el simpatizante. Curiosa e indignante forma de describir lo que debe ser una de las peores, más crueles y brutales matanzas de que tenga recuerdo la humanidad en los últimos decenios.
El 15 de mayo pasado, ese mismo defensor de la causa palestina, publicó en Cooperativa una columna titulada "Del Nakba al genocidio", en la que con ocasión del aniversario, agrede visceralmente a Israel y a los sionistas -entre los cuales me incluyo como el que más, pues no hay causa más noble y legítima que reconocer el derecho de un pueblo a tener su propio hogar nacional- sosteniendo los consabidos epítetos y reproches de ser un Estado genocida y colonizador, amén de otras acusaciones el voleo y sin ningún fundamento.
Pero esta vez fue más lejos. Afirma, sin ningún pudor, que investigaciones posteriores al 7 de octubre habrían revelado que "muchos civiles murieron, en medio de la confusión, por disparos desde los helicópteros israelíes", y que "la versión israelí que hablaba de bebés degollados y mujeres violadas no tenía sustento". Para concluir, señala que pese a ello habría prevalecido el "falso relato israelí", lo que habría servido para enardecer los ánimos tanto de civiles como de militares israelíes.
Sorprende, pero por sobre todo indigna, que se pretenda confundir a los lectores y que bajo la excusa de defender una causa, la palestina en este caso, se llegue al extremo de faltar de forma tan grotesca a la verdad en circunstancias que hoy es tan fácil verificar lo sucedido, pues tanto la prensa como las redes sociales están inundadas de audios y videos sobre el ataque del 7 de octubre. La afirmación y le negación del aludido columnista me recuerda la frase de Goebbles, "miente, miente que algo queda".
Porque recordemos que los terroristas de Hamas, a los que el columnista define como "efectivos", se preocuparon de grabar la brutalidad de sus actos, para luego deleitarse ante el mundo entero exhibiéndolas, jactándose de haber asesinado judíos con sus propias manos para regocijo de sus padres que, orgullosos, agradecían al cielo por esos hijos que exhiban sangre judía. Me parece una irresponsabilidad que se intente sostener que se trató de un "falso relato israelí", no sólo porque falta a la verdad sobre hechos ampliamente comprobados, sino porque supone una falta de respeto inaceptable a los cientos y miles de asesinados por Hamas.
Me permito una segunda aclaración porque la verdad debemos reivindicarla.
Afirma el columnista, siempre en su afán de minimizar las atrocidades cometidas el 7 de octubre, que entre los fallecidos se incluirían militares israelíes y "efectivos" de Hamas. No señor, no falte a la verdad. Los 1.300 asesinados son todos civiles inocentes, en su mayoría israelíes aunque también había otras nacionalidades, no sólo judíos, también había cristianos y musulmanes, pero en su mayor parte se trató de niñas, jóvenes y mujeres que de forma inocente bailaban y disfrutaban de una fiesta al aire libre y que, reitero, no conforme con asesinarlas fueron salvajemente agredidas y vejadas sexualmente. Lo anterior no es un invento y una cifra al voleo como abundan en esa columna, lo sabemos gracias a los testimonios audiovisuales que grabaron los terroristas palestinos que gentilmente quisieron compartir su brutalidad y que el ya mencionado columnista dudo ignore. Me parece que todas esas víctimas merecen respecto y no podemos aceptar que esos hechos sean tergiversados.
Como mencionaba al comenzar esta columna, se cumplen recién 76 años de un Estado que ha sabido reinventarse, que ha crecido exponencialmente, que se ha desarrollado, que ha contribuido con inventos agrícolas, científicos y tecnológicos que han permitido mejorar la calidad de vida de cientos y miles de personas en el mundo, -Tel Aviv ha sido calificada como una de las mejores ciudades para vivir y una de las más felices del mundo-, y que ha contribuido, además, para que muchos judíos en el mundo, en una época aciaga con un antisemitismo desatado, tengan la tranquilidad de que hay un lugar en este mundo, en que no serán discriminados ni perseguidos por lo que son.
Durante estos 76 años de vida moderna Israel ha debido defender una y otra vez sus fronteras de las agresiones de sus vecinos árabes cuyo propósito -ese sí declarado e indiscutido- basta revisar la declaración de principios de la OLP o la constitución de Hamas, era expulsar a los judíos al mar y destruir el Estado de Israel.
Junto con ello, ha debido enfrentar, particularmente en los últimos años, una intensa campaña de desprestigio y demonización, en la que se reiteran dos reproches permanentes que la causa palestina ha instalado en la conciencia colectiva, de forma muy exitosa digámoslo, y que dicen relación con que Israel sería un estado genocida y colonizador.
Comenzaré por el primero de los reproches.
En el Holocausto, los nazis implementaron una maquina asesina destinada a exterminar a un pueblo entero, y lograron asesinar a 6 millones de judíos, reduciendo la población de Europa en 70%. Eso es un genocidio. De hecho, ese concepto fue acuñado por primera vez en los famosos Juicios de Nuremberg. ¿Cuál es la realidad de Gaza y de los palestinos? porque de tanto repetirlo, aprovechando ese antisemitismo irracional que se esparce por el mundo, la gente común y corriente ha terminado por creerlo. En los últimos 20 años la población palestina creció alrededor de 70% en comparación con la israelí que creció sólo 49%. En el año 1951 en Cisjordania y Gaza vivían 1.016.000 palestinos. El año 2023 superaron los 5.500.000 habitantes. En Gaza, la población se incrementó de 245.000 el año 1950 a 2.048.000 el año 2020. Los números no mienten, han crecido y aumentado más de 10 veces. ¿Por qué seguir insistiendo sobre un genocidio?
El segundo reproche es que el novel Estado de Israel sería un estado colonizador. Pues bien, Israel tiene hoy una superficie de apenas 22.145 km2. Para mejor comprensión de quienes lean esta columna digamos que la superficie de Chile es de 756.626 km2 cuadrados, algo así como 35 veces más grande. En la Guerra de los Seis Días, año 1967, Israel conquistó toda la península del Sinai, que tiene una superficie aproximada de 60.000 km2, casi 3 veces su territorio. ¿Qué hizo Israel con ese gigantesco territorio? Lo restituyó a Egipto a cambio de paz, eso es tener un real, verdadero y genuino anhelo de paz.
Y a propósito de la paz, esa que la columna en cuestión tanto dice anhelar, me permito recordar por qué nunca se ha logrado un prolongado y permanente acuerdo de paz, considerando que las propuestas han sido muchas y variadas. Me permito citar algunas: Comisión Peel, año 1936; propuesta partición ONU, año 1947; propuesta Jartum, año 1967, propuesta Camp David, año 2000. Ninguna de ellas se concretó y siempre por la misma razón; el liderazgo palestino dijo NO.
Concluyo esta columna deseando que pronto se alcance una paz duradera en medio oriente, que no se produzcan más muertes, todas duelen, recordando la famosa frase de Golda Meir, la primera y única mujer primer ministro del Estado de Israel: "Tendremos paz cuando los árabes quieran a sus hijos más de lo que odian a los judíos".
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