Cuando se habla de historia, suele ser información de carácter definitivo, hechos ocurridos y registrados que tienen un grado de comprobación evidencial. Sin embargo, hay un nivel de confianza entregada por el lector que es sumamente moldeable, esto se logra ocultando u omitiendo hechos para manipular el curso de una realidad pasada.
Cuándo llevamos estas situaciones a historias de pueblos y naciones, la lectura toma un gusto extraño, como una escalera con peldaños cortados al azar (o no tan al azar). Es precisamente el caso de los personeros y representantes palestinos, desde las naciones árabes votando a favor de la desvinculación de Jerusalén y sus sitios sagrados con el pueblo judío para UNESCO, o la Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas reclamando los famosos “rollos del mar muerto” (restos de un pergamino de la Torah, el libro sagrado judío) como palestinos, o los representantes comunitarios palestinos en Chile obviando el rechazo árabe en 1947 de la resolución 181 de Naciones Unidas y su posterior declaración de guerra al naciente Estado de Israel.
Hablando de Palestina como un Estado pre-existente a 1947, en lugar de una zona (comprendiendo que el mapa británico de 1921 de la zona Palestina incluía Jordania completo, para ser recortado en 1922 por las fronteras que adornan el logo de su Federación actual), mapa que ni siquiera la Autoridad Palestina exige, ya que reconoce y reclama soberanía en los territorios que comprenden la famosa línea verde de 1967.
La evidencia arqueológica habla por sí sola, la historia del judaísmo y el cristianismo envuelve cada piedra de Jerusalén, y por más declaraciones de UNESCO o columnas de personeros palestinos intentando desviar la verdad histórica, no se puede negar la evidencia del muro, del libro, la columna, los grabados y mosaicos, la identidad milenaria de los pueblos.
Vemos utilizar tendenciosamente la imagen del Arzobispo Ortodoxo Griego de Jerusalén, vinculándolo con la mayoritaria población cristiana chilena, lo que se omite en su presentación es su predisposición a la hora de hablar del conflicto en Medio Oriente, sobre todo cuando hablamos de personajes que pueden ser citados según “The Middle East Media Research Institute” (MEMRI), recitando en la Catedral Griega Ortodoxa de Jerusalén un 19 de Enero de 2003: “Incitamos a nuestra juventud a participar en la resistencia, a realizar ataques de mártir” o sea, ataques de carácter suicida.
También observamos la utilización de una secta religiosa judía llamada “Naturei Karta”, siendo representante de un 0.03% de la población judía mundial, pero aún así, son presentados en Chile como “rabinos ortodoxos judíos”, en una generalización escandalosamente desproporcional.
Todas estas situaciones se acoplan a lo mencionado anteriormente, la errónea consideración de Palestina como un Estado pre-existente a 1948. La primera carta política constitucional palestina fue realizada en 1964 por la OLP (Organización para la Liberación Palestina).
Hoy quienes vivimos en Israel, valoramos la votación del mundo en la resolución 181 de Naciones Unidas, a los 33 países que votaron a favor de una división de un territorio sin Estado, en dos Estados para dos pueblos. Lamentablemente, una de las partes elegiría las armas a la independencia de su pueblo, la guerra a la libertad y la muerte sobre la vida.
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