Fraternidad

Ariel Reyes
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Está tirada en la orilla de la calle porque hace un rato alguien pasó arrollando en un tramo de seiscientos metros a muchas personas. La veo con su short y su polera blanca intacta. A su lado veo a un hombre arrodillado que mira diciéndonos con su mirada que no comprende lo que ha ocurrido en ese lugar. Imagino estar allí y me sumo a él de la misma forma. Duele el alma tan adentro al ver esta situación, que me hace recordar a mis hijas corriendo y disfrutando un rato por la tarde en una de las calles principales de mi ciudad y me atormenta saber que también podrían haber partido sin buscarlo en esta tarde del terror en la Rambla.

Vuelvo a mirar los seiscientos metros que sólo atino a pensar que se exacerbó tanto la libertad de una persona que la posibilidad de fraternidad quedó relegada a los últimos puestos de la sala. Uno la libertad con la fraternidad y enseguida los asocio a un hito que quedó grabado en nuestra historia. Es cierto que han pasado muchos años, pero a pesar de ello, y brindándome la posibilidad de unir ese tiempo con el que de hoy, noto sorprendido el hecho que se vuelve a ratificar nuevamente que  la libertad como primera bandera de lucha obvia en un primer momento a la igualdad, quedando la fraternidad relegada a sólo en pequeñas tribus, no pudiendo cautivar y convencer que era una propuesta  con una mirada más universal, tal como fue en la Revolución Francesa.

Percibo entonces que el orden sí influye en nuestro modo de relación, que cuando la fraternidad se pone en entredicho significa que la libertad se ha malentendido. No hallo otra forma de explicar lo que ha sucedido nuevamente en España. Sólo me animo a hacerme algunas preguntas que me sitúan desde el anhelo más temeroso que pueda tener hoy ¿qué habría pasado si hubiéramos potenciado primeramente la fraternidad como motor de una revolución? ¿Habría ocurrido algún cambio significativo en nuestro modo de relación?

Me detengo y pienso nuevamente, para muchos  las fuentes históricas ya no sirven. Al pensar en quién conducía el auto fatal ¿no somos acaso sólo la decisión impetuosa e imprevista de una persona que ha decidido atentar contra el indefenso, haciendo caso a sus propios  fundamentos, que sólo causan alejamiento con muchos habitantes de la sociedad?

Ahora entiendo por qué esta niña hermosa murió con una polera blanca, sigue gritando paz, paz, paz en mi tierra. Y me hace decir,  sentado a su lado, que ojalá la fraternidad esté al lado nuestro, y que al contemplarla desde el anhelo más profundo, podamos darnos cuenta que el orden de estos factores sí cuenta para la vida y humanidad que queremos construir.

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