Nebraska

Que Donald Trump haya ganado cómodamente las elecciones en el estado de Nebraska no debió ser sorpresa. Enclavado en las praderas del Midwest, en el corazón de los Estados Unidos, este Estado palpita al son del orgullo patrio, del sueño americano donde “nos hacemos a nosotros mismos y donde no hay gobierno que se nos venga a meter”.

Tampoco debiera ser sorprendente que el Estado diese su nombre a la película homónima de 2013 en la que un anciano va en busca de la fortuna que promete un aviso publicitario recibido por el correo. Woody Grant, el ingenuo abuelo, no trepida en iniciar un desquiciado viaje hacia Nebraska, donde nada, sino el engaño, le espera.

Entre las vacuas promesas y la profunda necesidad de autoafirmarse como nación blanca, transita la vida de los habitantes de Lincoln, Omaha y demás ciudades de esta parte del Imperio.

Las curiosidades de Nebraska invitan a curiosear.

Es probable que sus habitantes hayan celebrado el ataque de los EEUU a Siria y, como lo recoge el Lincoln Journal Star – uno de los periódicos locales –, el país “será mejor servido si se otorga discrecionalidad al Presidente cuando se requiere desplegar la fuerza militar”. Es probable que el entusiasmo por el nuevo líder se haya incrementado a pesar de ser Nebraska el estado más perjudicado por las políticas promovidas por esa misma autoridad.

Hay en este territorio paradojas que son de lo contingente, como lo cuenta la BBC (“Las promesas de Trump a los agricultores de Nebaska”, 7 de abril de 2017). Dos son los impactos que resiente la economía nebraskeña.

Por una parte, la ruptura de Trump con el TTP hace que millones de dólares se evaporen a los ojos de estos vaqueros que se ofenden si les preguntan cuantas vacas tienen. La economía de Nebraska se sostiene en una poderosa industria de la carne cuyas exportaciones se hubiesen incrementado notablemente de haberse continuado con el tratado.

Pero la carne no solo atrae a los crecientes mercados orientales sino también a un buen contingente de mano de obra indocumentada. El cierre de fronteras, y, particularmente, la ya mítica muralla que separa al Imperio de su vecino meridional, deja a los vaqueros sin sus trabajadores. No debe olvidarse que repugnan a los blancos el olor de la sangre, la bosta del ganado, las visceras y demás ingredientes de la industria, aunque reserven el roast beef  para celebrar las mejores ocasiones. Y, si no son ellos quienes habrán de faenar en esas industrias, ¿quiénes?

También hay en este próspero Macondo del Norte, paradojas que son más bien utópicas. ¿Hacia dónde marchan, como lo hizo Woody Grant, los nebraskeños? Trump mantiene la adhesión de aquellos a quienes perjudica. Hay en la figura del errático lider un sueño digno de ser soñado por el hombre (y por la mujer) común. 

El imperio dorado de Trump es visto como espejo de la prosperidad propia, no importando los riesgos. Es un imperio cuyos enemigos principales son las regulaciones (y ahora gobierna el des-regulador) y el mal (y los Estados del mal).

No más restricciones ambientales, no más EPA (Agencia de Protección Ambiental). Y no más Estado Islámico: “El es quien puede, en un abrir y cerrar de ojos, disparar una cincuentena de misiles contra Siria, contra el enemigo que encarna las mil amenazas que sobre nosotros penden”.

La política, en los tiempos de la ira y del terror, transita más por el corazón que por las manos o la cabeza. Pero tanto lo hace que corre el riesgo de palpitar sin lo uno ni lo otro.

Los pueblos, habiendo sido abandonados por sus antiguos dioses, aguardan a quien pueda encender en ellos la pasión. El corazón late fuerte y el necio bien puede ser arrastrado hacia lo siniestro.

Y ello nos trae de pronto de vuelta a casa.

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