Venezuela vive días de enorme tensión, probablemente decisivos para su futuro. El pujante movimiento de recuperación democrática ha conseguido convertirse en una real alternativa para sacar al país de la profunda crisis económica, social e institucional provocada por el chavismo, cuyas evidencias son las dramáticas carencias de la población, la falta de insumos vitales en los hospitales, el éxodo del 10% de la población y hasta el hecho de que miles de familias venezolanas cruzan a diario la frontera con Colombia para poder alimentarse.
Se trata de un país que estuvo a la cabeza del progreso en América Latina en los años 70 y 80, una de las pocas democracias que subsistía entonces en un contexto regional de dictaduras militares de derecha. Pues bien, ese país se hundió en el marasmo como consecuencia de la captura de las instituciones por parte de una camarilla falsamente revolucionaria y profundamente corrupta.
Una fotografía publicada por la prensa en estos días muestra al ministro de Defensa, Vladimir Padrino, junto a otros generales, con el puño en alto, en el momento en que “denunciaban” que estaba en marcha un golpe de Estado contra Maduro.
¡Es el mundo al revés! El golpe de Estado ocurrió cuando el régimen se saltó las reglas de la Constitución, desconoció a la Asamblea Nacional elegida en diciembre de 2015 e instaló en julio de 2017 un parlamento de bolsillo, la llamada Asamblea Constituyente.
El golpe terminó de consumarse con la elección presidencial amañada de mayo de 2018, con duras restricciones a la libertad de prensa, opositores encarcelados o despojados de sus derechos, un Tribunal Electoral servil y todo el aparato del Estado movilizado para mantener en el poder a la oligarquía chavista.
Maduro se sostiene en el poder solo por las armas. Las encuestas realizadas en el último tiempo revelan que más del 80% de la población rechaza al régimen y quiere un cambio democrático.
Esa es la alternativa que encarna hoy Juan Guaidó, convertido en vocero de las esperanzas de los venezolanos de diversas creencias y filiaciones. El esquema de izquierdas y derechas está sobrepasado, y el discurso de la “revolución acosada” perdió eficacia ante la realidad de un país que necesita alimentos, medicinas, seguridad y, sobre todo, el oxígeno de la libertad.
Alguna gente que se opuso en el pasado a las dictaduras militares de derecha como la de Pinochet, tiende a mirar la realidad venezolana con los anteojos de la Guerra Fría, que obligaban a ver a EE.UU. como la representación del mal.
Esto los lleva, contra toda evidencia, a considerar al régimen de Maduro como la representación de los ideales de la izquierda. Tales ideales solo sobrevivirán si se asocian a los valores de la libertad y la democracia, en ningún caso al despotismo y la violación de los DD.HH.
Una reciente declaración firmada por varios ex ministros, embajadores y parlamentarios en ejercicio del PS y otros partidos responde a una visión estereotipada de la realidad venezolana y de la región.
No dice palabra sobre la crisis de Venezuela, sino que objeta que Chile esté jugando un papel activo junto a la mayoría de los gobiernos de la región para llevar ayuda humanitaria a los venezolanos y favorecer una salida política.
Han optado por desempolvar el viejo discurso anti EE.UU. como si el mundo fuera el de hace 40 años. En los hechos, dan prioridad al apoyo a los amigos antes que al antagonismo entre dictadura y democracia. ¡Pues sucede que los venezolanos quieren elecciones libres! ¡Eso es lo definitorio!
Si los líderes del PS tienen dudas sobre lo que está en juego, que hablen con algunos de los miles de venezolanos que han llegado a Chile.
En un artículo titulado “Con Venezuela, la izquierda latinoamericana se está suicidando” (La Nación de Buenos Aires, 11 de febrero de 2019), el profesor Loris Zanatta, de la Universidad de Bolonia, afirmó.
“Liberté, egalité, fraternité: ¿Cuál de estos nobles principios el régimen chavista no ha pisoteado, humillado, prostituido? Miseria, violencia, muerte, tortura, éxodo, corrupción, narcotráfico: ¿qué más necesitan para quitarse la venda de los ojos? ¿No entienden que al quedarse sobre ese carro llevarán al barranco hasta las buenas intenciones y los mejores ideales? ¿Que vacunarán contra ellos a quién sabe cuántos en el mundo? Recobren el juicio; tómense un antídoto contra el hechizo; salgan de la resaca de la borrachera ideológica; maten al zombi que ha tomado posesión de su cuerpo y de su mente”.
¿Puede haber una intervención militar norteamericana en Venezuela? Sería un error catastrófico del gobierno de EE.UU. Y el costo humano no alcanzamos a imaginarlo.
Esa opción solo agravaría los graves problemas de una nación que ha pagado un alto costo en vidas por efecto de la represión a las manifestaciones opositoras. Solo este año, han muerto más de 60 personas por la acción de los grupos paramilitares del régimen. Definitivamente no.
La intervención militar no es una solución, y es difícil que los estrategas del Pentágono, que están concentrados en el retiro de las tropas en Siria, se embarquen fácilmente en una aventura que podría tener un impacto geopolítico desastroso en América Latina.
Hay que alentar una solución política en Venezuela, o sea pacífica, que permita avanzar hacia la reconciliación y los grandes acuerdos. Ello exige considerar la posibilidad de instalar un gobierno de transición que prepare las condiciones para una elección presidencial limpia, con plenas garantías para todos, incluidos por supuesto los grupos que se identifican con la figura de Chávez y que hoy se oponen a Maduro.
Deseamos de todo corazón que el pueblo venezolano se abra paso hacia la libertad y una vida mejor. Debemos estar firmemente a su lado.
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