Tendremos que poner mucha buena voluntad para que 2020 sea un mejor año para Chile. Todos, por supuesto, pero en primer lugar quienes están a la cabeza de los poderes del Estado, tienen cargos de representación o lideran agrupaciones de la sociedad civil. Eso demandará un esfuerzo por trascender los intereses particulares, los corporativismos de variada índole, y pensar en el futuro del país.
Lo primero es ayudar a curar las heridas que dejó el año que se fue, para lo cual es indispensable erradicar la violencia y las manifestaciones de odio. El orden público es una exigencia absoluta para poder vivir juntos. Cualquier actitud equívoca al respecto deja abierta la posibilidad de disolución de la sociedad. Solo si protegemos la paz, la libertad y el derecho, podremos procesar nuestras diferencias, mejorar las instituciones, potenciar el crecimiento económico, reducir la desigualdad y abrirle paso a un orden más solidario.
Los viejos tenemos la responsabilidad de explicarles a los jóvenes que los derechos deben ir de la mano de los deberes, y que no sirven la esperanza absoluta ni la desesperación absoluta, sino el esfuerzo, la tenacidad, la capacidad de entendimiento con los demás. Ellos formarán pronto una familia y querrán dar seguridad y una vida buena a sus hijos, pero eso depende de cómo actúen hoy, del empeño que pongan para mejorar la sociedad que heredaron. Y nada cae del cielo.
Hemos constatado que nunca se puede dar nada por seguro en el desenvolvimiento de la sociedad. No está garantizada la marcha hacia adelante. Es cierto que la vida puede ser mejor, pero también puede volverse peor, incluso mucho peor. En consecuencia, solo nos sirve establecer reglas de convivencia que hagan posible la expresión de la diversidad y la competencia pacífica por el poder, o sea la democracia. Esta constituye un pacto de civilización cuya viabilidad depende de la lealtad con sus reglas y procedimientos. Si ello no existe, sobreviene la anarquía, o sea la selva, y enseguida la dictadura. Es la lección reiterada de la historia.
Tenemos que defender los derechos humanos siempre. Las garantías individuales son la piedra angular del régimen de libertades. El Estado no puede validar nunca los tratos crueles, inhumanos y degradantes en contra de las personas detenidas. Dicho de otro modo, las fuerzas policiales deben actuar dentro de la ley y de los protocolos institucionales establecidos, y bajo la supervigilancia del poder civil.
Ahora bien, los DDHH no pueden ser un escudo para cometer cualquier tropelía. No se puede estar a favor de los DDHH y actuar contra la convivencia democrática. Los miembros de las instituciones policiales son seres humanos con los mismos derechos que cualquier persona. Creer que en su contra está permitida cualquier demasía, abona el terreno a las visiones más desquiciadas sobre la llamada “guerra social”. Y no olvidemos que las campañas de odio contra Carabineros están calcadas de las realizadas por las bandas del narcotráfico en otros países de América Latina.
Debemos poner coto a la intolerancia, los insultos y las agresiones. No tiene nada de digno que un grupo acose públicamente a una persona por el solo hecho de que piensa distinto. La funa tiene como antecedente el bullying en las escuelas, esa retorcida forma de crueldad infantil que maltrata y humilla a un alumno por cualquier motivo. En la funa hay una pulsión represiva que causa gran daño: es la versión moderna de las antiguas furias inquisitoriales. Algunos celebran las funas cuando afectan a los adversarios, y se quejan cuando afectan a los amigos: eso es, por supuesto, relativismo moral. En condiciones democráticas, la funa siempre envenena la convivencia.
Los chilenos no podemos acostumbrarnos a vivir en la incertidumbre, temiendo nuevos estallidos de violencia, o asustados ante la posibilidad de opinar distinto respecto de lo que sostiene este o aquel grupo en las redes sociales. El miedo le hace mal a la sociedad, y genera resentimiento.
Sería útil que los líderes políticos dieran ejemplos de mínimo civismo al respecto, y rechazaran todas las violencias y todas las formas de castigo a los discrepantes. Si eso no ocurre, quiere decir que los sectarismos y las mezquindades seguirán erosionando las bases del régimen de libertades.
Si se trata de expresar un deseo en este comienzo de año, el más intenso es recuperar la capacidad de relacionarnos. Somos ya 18 millones de habitantes en esta tierra, y ella será mejor o peor dependiendo de cómo actuemos en estos días.
Chile puede superar las actuales dificultades, que no son pocas, pero el requisito es restablecer el respeto entre nosotros, construir puentes, dialogar para que la vida sea mejor. Tenemos que cuidar este país y defender resueltamente la democracia.
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