La guerra ya comenzó, por ahora como simple escasez. En América latina, región que posee un tercio de todas las reservas de agua renovable del mundo, ciento cincuenta mil personas fallecen cada año, debido a carencias hídricas que complican a países enteros.
La situación es particularmente crítica en Centroamérica, en especial en Guatemala, donde la sequía y el cambio climático están empujando a multitudinarias caravanas de migrantes hacia México y Estados Unidos.
Todo, irónicamente, en un subcontinente donde la mayoría de los países dispone de altos niveles de recursos hídricos, en función de su superficie y población.
Pero también donde la desigualdad es brutal, según la Iniciativa Latinoamericana y Caribeña para el Desarrollo Sostenible (ILAC).
En cifras, unas 77 millones de personas no poseen servicios de agua potable en la región. De ellas, unas 51 millones habitan en el campo. Y, por cierto, a esta población deben sumarse los 256 millones que evacuan sus desechos a través de letrinas y fosas sépticas.
Además, como si esto no bastara, casi la totalidad de las aguas residuales, un 86 por ciento, son enviadas a los ríos de América Latina sin ningún tipo de tratamiento. Esta contaminación elevó los últimos años hasta un 60 por ciento el uso de fuentes acuíferas subterránas, según ILAC
Un caos ambiental y social absoluto, por cierto.
Perú, El Salvador y México, según cifras Naciones Unidas, son en la actualidad los países con más stress hídrico. Es decir, con mayores problemas para satisfacer las demandas de acceso al agua de sus principales asentamientos urbanos.
Luego asoman algunas ciudades de Brasil, como Sao Paulo., sacudida por marchas ante la falta de agua en los últimos años.
En el caso de México, la clave radica en la persistente migración del campo a la ciudad, en especial, hacia el DF, una de las principales conglomeraciones urbanas del mundo, con veinte millones de habitantes que deben importar casi la mitad del agua que consumen desde otras regiones del país.
En este marco, la Organización Mundial de la Salud acotó que cada año mueren 125 mil niños menores de cinco años de edad en América latina, producto de problemas en el acceso al agua.
Todo ello en una región que desperdicia el 40 por ciento del agua potable que produce.
Es decir, con una población en aumento, con crecientes demandas de servicios básicos, y un modelo de desarrollo sustentado en la explotación de materias primas, América Latina se encamina hacia una agudización en la explotación de sus fuentes de agua.
El espacio ideal para que empresas nacionales y, sobre todo transnacionales, pujen por tomar el control de las principales reservas de agua del continente.
Un situación de larga data en Chile, donde el gobierno propuso ceder de manera indefinida los derechos de agua a privados, y que asoma cada vez con más fuerza en Brasil, gobernado desde enero por las ideas neoliberales de Jair Bolsonaro.
En definitiva, un problemas de gobernanza nacional e internacional como bien saben los países que comparten el Amazonas o que ven llegar a sus tierras a los hombres y mujeres que escapan de las sequías que asolan Centroamérica.
O los campesinos de Petorca, donde la industria de la palta es sindicada como responsable de la creciente escasez hídrica.
El problema está ya entre nosotros.
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