Los glaciares son, esencialmente, masas de hielo de muy diversas dimensiones, que van desde las inmensas sábanas de hielo que cubren todo el continente antártico, hasta pequeños glaciares de montaña de dimensiones incluso menores que una cancha de fútbol.
A lo largo de los 4.500 millones de años de la historia de la Tierra ha habido varias edades frías durante las cuales los glaciares se han formado y extinguido, como respuesta a cambios climáticos generalmente provocados por otros cambios.
Entre estos “otros”, la distribución y forma de los continentes y mares; los ciclos en parámetros que gobiernan la rotación de la Tierra alrededor del sol, como la excentricidad de la órbita terrestre y la inclinación del eje terrestre; las nubes de polvo que se originan por erupciones volcánicas; la mayor o menor presencia de dióxido de carbono en la atmósfera (gas que deja pasar la radiación que proviene del sol pero atrapa la radiación infrarroja emitida por la Tierra, calentando así la atmósfera)… entre varios más.
Lo cierto es que la más reciente edad fría ha ocurrido básicamente en el último millón de años - aunque sus inicios son anteriores - y dentro de ella ha habido 4 grandes glaciaciones
La última glaciación se inició hace aproximadamente 100 mil años, tras un período cálido del orden de 20 mil años, en que los glaciares virtualmente desaparecieron. Cabe también señalar que los glaciares alcanzaron sus máximas extensiones hace unos 15 mil años atrás, pero no de manera simultánea en todo el mundo. Desde entonces se han estado reduciendo, con altibajos, debido a variaciones en los procesos que gobiernan la desglaciación, y no se prevé el inicio de otra glaciación hasta en al menos algunas decenas de miles de años más.
El hombre, con su revolución industrial (segunda mitad del siglo XIX), aceleró el proceso natural de desglaciación generando emisiones a la atmósfera que favorecen su calentamiento, aceleramiento que se ha acentuado desde la II Guerra Mundial. Adicionalmente, el desarrollo lo ha llevado a ocupar territorios en regiones con glaciares, afectándolos directamente.
La presencia de glaciares en un territorio genera riesgos y beneficios. Entre los riesgos, algunos catastróficos, puede señalarse la ocurrencia de deslizamientos como el desprendimiento de parte del glaciar en el cerro Huascarán, en Perú, que arrasó con el pueblo de Yungay causando 20.000 víctimas; o los ocurridos en décadas recientes en Chile en el cerro Aparejo y en el volcán Tinguiririca, pero que no causaron víctimas por afectar zonas despobladas. Entre los beneficios que generan los glaciares el más notable es sin duda el aporte hídrico a sus cuencas, poco relevante en años de precipitaciones normales, pero muy importantes en años secos; sin embargo este aporte ocurre a expensa de la masa de los glaciares, vale decir, se van agotando.
Desde hace algunos años se discute, incluso en el Parlamento, la conveniencia de contar con una ley que proteja glaciares, entendiendo por protección que “se miran pero no se tocan”.
En un contexto como el señalado, en el que los glaciares menores agonizan y se extinguen mientras que los mayores se reducen incluso drásticamente en algunos casos, cuesta entender el propósito de una ley de protección de glaciares que no haga nada por salvarlos de la extinción.
Salvar glaciares no es una utopía. Existen ya tecnologías para hacerlo, incluso para generar glaciares; unas más costosas que otras, y algunas más probadas que otras.
Y van desde formas burdas y costosas, como por ejemplo alimentar de nieve la cabecera de los glaciares (tal como se produce nieve para las canchas de ski), hasta acciones para reducir la tasa de fusión de toda o parte de su superficie, de manera de que pierdan menos hielo cada año.
Y también existen formas de salvar glaciares que están en etapa de proyecto, que podrían ser aún más exitosas, pero que requieren de recursos para su desarrollo.
Una clara acción para lograr que los glaciares pierdan menos hielo cada año sería optimizar algunas de las tecnologías existentes para que los glaciares así tratados alcancen el equilibrio; es decir, que no pierdan ni ganen masa en términos anuales. Con esto dejarán de aportar agua a sus cuencas, pero mejorarán su capacidad de regularla, haciendo más persistentes los caudales y obviamente sus atributos paisajísticos.
Por lo anterior, me parece arcaico y hasta erróneo hablar de proteger glaciares cuando lo que se requiere es salvarlos. Obviamente, lo segundo cuesta más que lo primero, y seguramente también, no todos los glaciares pueden ser salvados, si no por otro motivo por el costo, al menos.
Pero salvar glaciares implica un real compromiso. Protegerlos, como se entiende actualmente, es claramente insuficiente. Para decirlo de forma más directa: no evita su extinción.
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