En la DC, debemos respetar la soberanía popular y convocar a un plebiscito

En esta época de crisis de representatividad, desconfianza hacia el mundo político y desvalorización de los partidos en la consideración pública, son cada vez más difíciles las decisiones de estos últimos.

En la democracia representativa que tiene una evidente tradición histórica, los representantes deciden por los representados, fue posible en el pasado que fuere aplicada, sin limitaciones y cortapisas.

Sin embargo, en el Chile de hoy, con un ausentismo electoral que ha llegado hasta el extremo de deslegitimar los procesos electorales, por la bajísima participación del electorado, el único camino que tienen los partidos para superar la manifiesta crisis política, es abrirse a la ciudadanía; salir hacia afuera, dice el Papa Francisco, ir hacia afuera, no encerrarse. Ese decidir todo lo importante, a través de representantes, va en la dirección contraria.

Aquello no convoca ni entusiasma a la militancia. Es por lo anterior, que se ha propuesto en la Democracia Cristiana, que la trascendental decisión de levantar una candidatura presidencial propia para que compita, en la primera vuelta, o bien, levantar únicamente una precandidatura presidencial para que participe en la primaria, deberá ser un tema decidido por la militancia. Esto significa abrir las puertas, para que el titular de la soberanía popular originaria, la militancia, en un ejercicio democrático participativo, adopte con su prudencia y sabiduría su preferencia.

Esta tarea y misión de amplia participación, de un militante un voto, hará que un nuevo aire y un estilo renovado se incorporen a la política.

Pensar que en esta hora todo lo deben decidir únicamente mandatarios o delegados, es privar a las bases de un derecho esencial, que está en el centro de la nueva democracia a la que aspira la gran mayoría del país: la participación real y efectiva en las decisiones más importantes.

Negarse a un proceso participativo como el propuesto, un plebiscito es no entender los signos de los tiempos. El país quiere transparencia en las resoluciones políticas y que estas se adopten considerando el juicio justo y maduro de las bases; restablecer la confianza pública en los partidos políticos es una tarea muy difícil. Prescindir de las bases partidarias solo contribuirá a incrementar la desconfianza, desmotivando toda movilización política. Una simple pre candidatura presidencial para ser llevada a una primaria de la Nueva Mayoría, impedirá afirmar la identidad del humanismo cristiano y solo fortalecerá los indicadores de las encuestas.

La democracia terminará por ser sustituida por la encuestacracia; se hará lo que dicen las encuestas y así se sepultará la esencia misma de la soberanía popular. El pueblo soberano será excluido. Y todo ello rematará en una especie de rendición a los intereses electorales de algunos pocos y no a los de las grandes mayorías que tienen el derecho a exigir mayor participación

Hay momentos estelares en el acontecer histórico. Las oportunidades en la vida son únicas, jamás se vuelven a repetir.

La Democracia Cristiana esta hoy en condiciones de competir en la primera vuelta presidencial. Si no lo hace, por temores infundados, errores políticos, diagnósticos desacertados o débiles cálculos electorales, lo más probable es que quede relegada a un segundo orden, fruto únicamente de acordar sus decisiones, no por coherentes apreciaciones políticas, sino que por lo que indican las encuestas, postergando los ideales políticos. Difícilmente podrá subsistir un partido que no sabe leer los tiempos, que teme  tomar decisiones de fondo, que prefiere postergarlas, manteniéndose en la ambigüedad. Todo aquello estaría llevando a una rendición política incondicional.

Eso es el efecto irrefutable de negarse a competir en una primera vuelta. Olvidar la propia historia, no acoger las señales que vienen del gobierno de Frei Montalva, que supo tomar las banderas del Humanismo Cristiano y hacer historia. Será un gran error y en política, los errores se pagan caros.

Ésta es la hora de tomar decisiones, no eludirlas, no sucumbir a los cálculos electorales que solo miran hacia atrás y en modo alguno se proyectan hacia el futuro. Hacer política, es construir futuro y eso siempre requiere una extraordinaria fortaleza, vencer los miedos y atreverse. Esto es lo que falta en los estilos políticos en actual aplicación.

El abogado Hernán Bosselin es coautor de esta columna.                                                      

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